Un fonsagradino de 80 años mantiene viva una tradición que está a punto de desaparecer en Galicia
10 nov 2021 . Actualizado a las 20:10 h.Ver a Domingo Pérez Ron (Santa María do Trobo, A Fonsagrada, 1941) tirar del carro que sostienen sus dos vacas es viajar en el tiempo hasta la época de nuestros abuelos, aquella en la que la mecanización del campo se antojaba como algo lejano e inasumible para los labradores. Basta con observarlo apenas unos minutos para entender que nacer y vivir en la Galicia rural es un lujo que no todos saben o pueden apreciar.
Domingo de Noceda —así lo llaman, en referencia a la aldea en que se crio y en la que ahora reside, con sus dos perros— tiene más de 80 años, pero tiene claro que morirá vinculado a la actividad agraria que desempeñó durante décadas. Él, que pertenece a una generación de hombres y mujeres fuertes, que nacieron en plena posguerra y conocieron en su propia piel la dificultad de vivir en un lugar aislado, disfruta ahora de su jubilación rodeado de montañas, en una aldea localizada a unos diez kilómetros de A Fonsagrada.
Pero Domingo de Noceda vive solo. No se casó y está acostumbrado a una vida rutinaria que empieza sin grandes madrugones y termina cuando la naturaleza duerme, con la llegada de la noche. Su adoración por los animales es palpable a metros de distancia. Suyo es el mérito de amansar a sus dos vacas y de labrar de forma manual las tierras en las que jugó de niño.
Sin embargo, disfrutar de la estampa que supone ver a Domingo entre montañas es un privilegio irrepetible, puesto que por su edad y estado de salud decidió vender una de las reses.
El fonsagradino es uno de los últimos gallegos que, hasta hace apenas unos días, salía con su carro tirado por vacas en busca de toxos. Para ello, la rutina que tan interiorizada tiene era la siguiente: primero tiene que «xoncer» las vacas, pero las tiene tan educadas que ellas solas saben salir de la corte y esperar fuera mientras el hombre coge «o xugo, as molidas e as sogas». Todo tiene truco, pero Domingo de Noceda tiene experiencia de sobra y, seguramente, podría realizar el proceso con los ojos cerrados. Seguidamente hay que «apoñer as vacas ao carro». Allí, a los pies de su casa, emprende camino hacia el monte, donde lo esperan «os toxos xa segados», en pequeños montículos. Pero en la montaña, la pendiente le obliga a cavar para que las ruedas del carro no lo desestabilicen.
Sus animales, fieles compañeros, lo esperan «a carón» mientras él empieza a cargar los tojos. El proceso termina con una cuerda (trelo) que garantiza que la mercancía llegue indemne hasta la corte.
Porque Domingo es un entusiasta del mundo rural, enamorado de Galicia y que adora a los animales. Todo esto que aquí describimos forma parte de su esencia, y es que este entorno se confunde con sus vínculos familiares, ya que son muchos los días en los que la vaca que le queda y sus dos perros son su única compañía.