Una víctima de violencia machista en un centro de recuperación: «Estaba baleira, non recordaba nin se tiña gustos propios. Pero disto sáese»

Mónica Pérez Vilar
mónica p. vilar SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

En primer plano, Chelo Neira, directora del centro, y Paula Castro, usuaria que sufrió violencia machista. Detrás, dos trabajadoras del centro
En primer plano, Chelo Neira, directora del centro, y Paula Castro, usuaria que sufrió violencia machista. Detrás, dos trabajadoras del centro PACO RODRÍGUEZ

El centro de recuperación integral en Santiago acoge desde charlas psicológicas hasta clases de defensa, realizando un trabajo personalizado en un entorno seguro para ayudar a las víctimas a salir del infierno de la violencia de género

25 nov 2021 . Actualizado a las 16:26 h.

«Queremos que as mulleres perciban que este é un sitio seguro, pero tamén que é un lugar para elas, que se sintan cómodas. Se hai que sentarse a tomar un café con elas para que se relaxen, sentámonos», explica Chelo Neira, directora del Centro de Recuperación Integral para Mulleres Vítimas de Violencia de Xénero (CRI) que la secretaría xeral de Igualdade tiene en Santiago. Una filosofía de trabajo que es fácil percibir mientras muestra unas instalaciones pensadas para cubrir necesidades muy distintas. En una sala es posible practicar técnicas de relajación o ejercicio físico, que pueden ser necesarios antes de abordar una terapia psicológica. El despacho de la propia Chelo, acogedor y con flores frescas, invita a hablar con calma. Una sala de usos múltiples, con mesas y equipos informáticos, ha acogido desde conversaciones y charlas hasta clases de defensa personal. Todo es sencillo, pero versátil.

Y es que el CRI busca una atención integral y personalizada. Un equipo de siete personas aborda las distintas demandas que puede presentar una víctima de la violencia machista. El primer paso es escuchar su relato, durante el que muy a menudo se va poniendo nombre a lo que han padecido. «A violencia física élles fácil de ver, pero non tanto a psicolóxica, a violencia vicaria, a sexual... ao poñerlle nome e recoñecer o que padeceron, poden empezar a traballar para superalo», cuenta Neira. En esa primera entrevista la usuaria explica al equipo lo que necesita. «Normalmente, cando chegan a maioría o que pide é apoio psicolóxico, porque están moi destruídas. Pero conforme avanza o traballo con elas, van aparecendo outras necesidades. Hainas que precisan axuda económica, ou para insertarse laboralmente, outras teñen cativos ou maiores que dependen delas, outras requiren unha rede de apoio porque o seu agresor destruíu a súa...», enumera la directora. Se traza así un plan individualizado con propuestas de trabajo a las que la mujer debe dar el visto bueno. Aquí no hay dos intervenciones iguales.

Los tiempos de trabajo también son distintos, pero suelen rondar los 10 o 12 meses. Además, cuando la víctima se considera recuperada, se mantiene un seguimiento. Y es que pese a tener 120 usuarias, el equipo del centro conoce a todas por su nombre y no olvida un caso. «Para nós velas saír adiante é unha alegría. Aínda hai pouco unha chica colleume da man e me dixo ‘‘Non me esquezas, eh, non me esquezas''. Pero como me vou esquecer? Escoitar algo así énchete de emoción, pero tamén de responsabilidade e dáche moita forza», confiesa Chelo.

El centro también trabaja con menores y mayores dependientes de las víctimas, coordina la red de acogimiento a las mujeres que sufren violencia de género y tiene un área de formación para el trabajo en materia de violencia machista, porque la prevención, apuntan, es clave.

«Foi moi duro, loitei contra xigantes, pero agora teño personalidade propia»

Con veintipocos años, Paula Castro creyó vivir un sueño: su amor de adolescencia se fijó en ella y empezaron una relación. Las cosas fueron mal desde el primer momento, pero ella fue incapaz de verlo durante muchos años. Incluso riñó con su familia cuando, engañada, la llevaron al centro de la mujer para que la ayudaran. «Pensaba que non pintaba nada alí, que eu non seguía para nada o patrón, que a miña era unha relación normal, con broncas e problemas, pero non me vía necesitando axuda», recuerda.

Fue su hermana la que le abrió los ojos, después de que Paula y su pareja tuviesen un hijo. «Díxome: ‘‘Agora pensa: o que está facendo contigo, estás disposta a que llo faga a el?'' E aí cambioume o chip. Só quedaba saír».

No fue fácil. Tras volver a casa de sus padres llegaron las amenazas de muerte, incluso contra el pequeño, si ella acudía a un juzgado. Llegó el difícil momento de poner una denuncia en comisaría y que el miedo a que él se vengase «se multiplicara por cinco, non había portas nin ventá s suficientes para me sentir segura», rememora. Y llegó, también, un injusto juicio social. «A xente dubidou da miña palabra, deixou de falarme, ía pola rúa e xirábanme a cara sen que soubera por que», relata. Allegados de su expareja también comenzaron a acosarla, y la situación se hizo tan insostenible que ella, la víctima, fue la que abandonó Monforte y puso rumbo a las Rías Baixas, donde gracias a su formación comenzó a trabajar en una farmacia. Afortunadamente, ella no dependía económicamente de su agresor.

Paula hablando con varias trabajadoras del centro de recuperación
Paula hablando con varias trabajadoras del centro de recuperación PACO RODRÍGUEZ

Fue entonces cuando la derivaron al Centro de Rehabilitación Integral de Santiago. «Aquí atopei a axuda que necesitaba. Sobre todo poder falar, que aquilo que tiña no peito doese menos. Tamén tiven asesoramento xurídico, terapia, acompañamento, sentínme moi arroupada». Una pequeña roca a la que agarrarse en el bravo océano que supuso para Paula mantener su decisión de llevar a su pareja ante la justicia, lidiando con momentos tan difíciles como tener que entregar durante días a su hijo de dos años al hombre que había amenazado con matarlo. «Disto sáese, si, pero o camiño é moi moi duro, hai que ter moita forza», asegura. Quizás por eso el día que su expareja fue condenada por violencia de género, ella rompió en lágrimas. «Non foi unha vinganza, é que necesitaba que se soubera a verdade, que se recoñecera o que me fixera».

Por el camino, esta mujer de 34 años se ha reencontrado a sí misma. «Agora teño identidade propia, logo de pasar moitos anos sendo a prolongación del. Eu non era máis que o que el quería que fora. Deixei ata de escoitar música, xa non sabía se tiña os meus propios gustos... Estaba baleira por dentro. Agora crecín como muller», se enorgullece. Es por eso que quiere contar su historia, para ayudar a otras mujeres que pasen por lo mismo que ella. «Non temos nada de qué nos avergoñar. Non hai un perfil de muller maltratada, só tivemos a mala sorte de nos cruzar coa persoa equivocada. Por iso é bo que se nos poña voz e cara, fomos vítimas, si, pero non temos por que quedar marcadas. Eu loitei con xigantes, son unha superheroína, quero que outras vexan que se pode saír».