El hispanista repasa algunos momentos de su vida, salpicados casi todos ellos por la inacabable pasión por Lorca
11 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Si algún día cumplo 83 años, quisiera hacerlo con la capacidad de apasionarme que muestra Ian Gibson (Dublín, 1939) cuando habla de Lorca. En el frío claustro del Hostal de los Reyes Católicos, me dejo subyugar por el hispanista melancólico, el tímido que lucha por ser valiente.
—Viene a Galicia con alguna frecuencia.
—Sí, hombre. Yo tengo el alma un poco repartida entre Galicia y Andalucía. No lo puedo remediar. Por mi dedicación a Lorca pasé mucho tiempo en Andalucía, pero como gaélico me tira Galicia. Hay algo entre nosotros. Yo soy de Dublín, soy del mar... y muy europeo. Y soy hispanista. Yo soy una locura, lo reconozco. Porque no quise ser un hispanista a distancia, quise vivir aquí.
—Lorca también visitó Galicia.
—Investigar a Lorca también me trajo a Galicia. Tras mi primer libro, en 1971, sobre su asesinato, contacté con unas personas que luego fueron mis amigos: José Luis Franco Grande, José Landeira, Carlos Casares... me pusieron al tanto de algo muy importante para mi trabajo: que en Vigo vivía César Torres Martínez, gobernador en Granada cuando ocurrió la sublevación [de 1936]. Así que vine corriendo desde Francia. El encuentro enriqueció mi libro y puedo decir que la amistad con Franco Grande fue fundamental en mi vida. Él me llevó a comer lamprea por primera vez, ja, ja.
—Bueno, usted pregonó una fiesta de la lamprea en Pontecesures.
—¡Con Fraga!
—Eso es.
—Me llamaron los organizadores la noche antes y me dijeron: «Señor Gibson, ha ocurrido un pequeño problema. Es que don Manuel quiere estar en la mesa». Yo, claro, dije que no tenía problema. Y estuvo bien. Hay que buscar el diálogo y la concordia.
—Las crónicas cuentan que se divirtieron.
—Lo pasamos bien, sí, pero lo hubiera pasado mejor sin él, ja, ja.
—¿Habla un poco de gallego?
—Yo soy un latinista, así que leer en gallego no me supone ningún problema.
—También escribió un libro sobre Cela.
—Fue un encargo que no quería hacer, pero formaba parte de un contrato con Aguilar. Tuve que pasar un año leyendo sus novelas y hablando con gente que lo conocía. Tenga en cuenta que está hablando con un loco que abandonó su cátedra para escribir un libro sobre Lorca, así que he tenido que escribir otros libros para vivir de ellos, de mis conferencias, artículos. Llevo muchas décadas haciendo eso.
—Pero seguro que se siente querido...
—Sí, aunque tengo mis adversarios y con Santiago Abascal sería difícil que tuviera una conversación tranquila, pero es verdad que mucha gente me aprecia. España me ha permitido expresarme, mover los brazos. Yo vengo de una familia protestante, muy puritana. Y me jodieron la vida con su puritanismo. Acabo de escribir un libro sobre esto, pero no sé si lo voy a publicar. España me dio alas. Y Lorca, porque sin él no soy absolutamente nada. Sin Lorca y mi pasión lorquiana me habría pegado un tiro hace años, probablemente.
—¿Qué lleva a un irlandés a consagrar su vida al estudio de España?
—En las universidades británicas hay muchos departamentos estudiando francés, italiano, español... Esta fascinación con otros países es normal, pero en España había un aislamiento. Que un irlandés estudie a Cervantes es perfectamente normal. Igual que un granadino estudie a Joyce, pero las cosas aquí no eran normales. La gran España no la conocemos todavía.
—Usted ha dicho que con 100.000 muertos en las cunetas no se puede avanzar.
—No se puede. A mí me gustaría una derecha normal, conservadora, capaz de dialogar y escuchar. Pero aquí el franquismo sigue presente en cierto modo.
—¿Qué le ha parecido esta implosión del PP?
—Este presidente [Feijoo] parece ser más cauto, más medido. Tiene carisma y presencia. Espero que no diga barbaridades sobre los enterrados. Porque yo no le perdono a Casado lo que dijo sobre que estaba harto del tema del abuelo en la cuneta. Hay que superar este gran problema... aunque luego viene Putin y nos mata a todos.
—Ya. Le habrá sorprendido esta invasión.
—Sí, me ha sorprendido, Pero este hombre se ha ido convirtiendo en un tirano. Parecía imposible que apareciera una bestia como él, pero ya se ve que está dispuesto a matar a todo el mundo, como Hitler o Mussolini. Es todo muy deprimente.
—Regresemos a Lorca. Escribió en gallego.
—Bueno. Eso es una exageración. Él era un poeta y amaba a Galicia y quería escribir algo sobre Galicia pero sin sus amigos no podría haberlo hecho. Lorca es un fenómeno cósmico, era un hombre superdotado, con el don de la música, de la poesía, el teatro... Eso no es normal. Y encima era gay y no podía vivir su vida. Eso lo expresó en su obra. Yo creo que lo más impactó a Lorca de Galicia fue su primera visita, en 1916. Estuvo en Santiago y escribió unas páginas al hospicio de San Domingo de Bonaval, donde había niños pobres abandonados. También le impactó la gaita.
—A mí me impacta la pasión que utiliza para referirse a él.
—Ja, ja. ¡Es lo único que tengo, hombre! Sé que transmito esa pasión, pero no lo puedo remediar. Es algo que tengo dentro y sé que me voy a morir con eso. Lorca fue mi salvación. Cuando estás buscando tu camino, si tienes suerte, puede aparecer un pintor, un escritor... algo que te abra unas ventanas sobre tu vida. Yo encontré por casualidad el romance de la luna, luna [Del Romancero gitano] en una librería de ocasión de Dublín cuando tenía 18 años. No había leído nada comparable, fue un hechizo inmediato.
—¿Cree que aparecerán los restos alguna vez o no tiene demasiada importancia?
—Tiene mucha importancia. La familia me tiene destrozado: no quiere saber, no ayuda... Hay mil versiones sobre dónde está. Lorca es el poeta nacional, aunque haya parte de la derecha que no lo lleve bien. Tenía mucha obra en preparación. Es un espanto pensar lo que habría escrito si no lo hubieran matado. Quería cambiar la sociedad a través de su teatro; que hubiera justicia social y que cada uno pudiera vivir su vida. Yo me conformaría con que la familia dijera que ellos no han tocado los restos. Recuperarlos ayudaría a la reconciliación de este país.
—Dejemos descansar al poeta. ¿Es verdad que es usted ornitólogo?
—Sí, desde la infancia. Mi padre era un amante de la naturaleza; me sacaba a ver las marismas y me transmitió su pasión ornitológica. Es algo que le debo. Otras cosas no, pero eso sí. Muy joven me hablaron de Doñana, donde cada invierno pasaban cuatro meses miles de ánsares. Años después estuve allí y los vi comer arena al amanecer. Decenas de miles. Lo hacen para ayudar a su sistema digestivo.
—¿Cómo se definiría en pocas palabras?
—¡Vaya! Nunca me preguntaron eso. [piensa unos segundos] Yo soy un tímido que querría ser fuerte; un débil que daría todo por ser valiente; lucho contra mis miedos día y noche, mi angustia de niño que jamás me ha dejado. Pese a tanto psicoanálisis sigo siendo un hombre lleno de miedos. La muerte me aterra. Pero, pese a todo tengo una sonrisa. Los amigos son un consuelo, pero no puedo presumir de ser una persona feliz ni muy satisfecho con lo que he hecho en la vida.
—Me sorprende lo que dice.
—Ya. Puedes aparentar y tomar una copa, pero debajo puede haber una tristeza. Yo creo que en mí hay una profunda tristeza por lo que me impusieron. No me ha impedido tener momentos felices, pero noto que sigue dentro de mí.
—Con la pandemia lo pasó mal, leí.
—Para mí España han sido aventuras. Y eso acabó con la pandemia. Estar encerrado en mi piso me afectó mucho.
—Dígame un sitio en el que se sienta feliz.
—Yo me siento muy feliz en Lavapiés, porque es un pueblo dentro de Madrid.
—También leí que había tenido 18 mudanzas.
—Pero alrededor de Europa. Empecé en Belfast, luego a Londres, a la universidad y, tras unos años, decidí que no tenía vocación de profesor. Luego fuimos a Francia y, desde allí a España. No sé si han sido 18 casas pero, desde luego, lo que yo he hecho ha sido una locura. El resultado son los libros. No habría podido hacerlo sin mi mujer, porque he sido un mal padre, siempre obsesionado con mis libros. Un poco desastre.
—Una canción.
—Últimamente me enloquece un canción de Alejandro Sanz con Tony Bennet: Esta tarde vi llover. Soy un romántico, no lo puedo remediar.
—¿Lo más importante en la vida?
—Tratar de ser valiente y siendo lo que uno es. Sin miedo. Hay un verso de Paul Valéry que dice: «El viento se levanta. Hay que tratar de vivir». No olvide citar este verso.