Albor, Fraga y Feijoo son como Inditex cuando evoluciona para hacer posible un prodigio mercantil: ser su propia competencia para impedir que surja otra fuera del holding
02 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Es difícil no caer en la tentación de equiparar a la multinacional que se enseñorea del PIB galaico con el partido que hace lo propio con lo que podría llamarse producto interior electoral. Tanto Inditex como el PP gallego son productos nacidos en Galicia de la mano de fundadores autóctonos, que enseguida se expanden al exterior como multinacionales. La clave del éxito también es similar. Se coge una moda lastrada por el elitismo de las pasarelas y se democratiza mediante una revolución muda que se desarrolla en talleres y mesas de diseño. Se recupera el galleguismo moderado de los cenáculos para convertirlo en una sigla rampante en la que muchos gallegos se miran como en un espejo.
En los dos casos hay una ruptura con la heterodoxia mediante la mezcla de elementos diversos. Inditex exhibe una capacidad asombrosa para atravesar épocas sin envejecer. Su ropa fue apta para el abuelo, se adecúa al gusto del padre y le mola al nieto. Hay en las marcas un surtido en el que cualquier generación puede encontrar acomodo. El secreto no es otro que estar al cabo de la calle, olfateando tendencias, anticipando incluso rarezas, haciendo caso omiso de cualquier canon. Si en los tiempos antes de Zara podría hablarse de dictadura de la moda sin que sonara hiperbólico, después de los irmandiños de la tela se instaura en el vestir la libertad y la igualdad.
No es muy diferente la incidencia del PP en la Galicia autonómica. Pensemos en el partido como un traje. Hay formaciones a las que les cuesta cambiar de ropa, y en ocasiones cuando lo hacen ya es tarde y está en boga otra tendencia. Sus diseñadores tardan en dejar atrás los viejos patrones porque en lugar de pasearse por el exterior y captar los aires nuevos, se encierran en ideologías para las que la innovación es herejía. Los populares, en cambio, le hacen caso al Heráclito que defendía el fluir incesante. Son capaces de transformar a un plácido doctor en presidente balsámico de la autonomía, reciclar después a un viejo ministro de Franco en rocoso regionalista y resetear a un tecnócrata soso para forjar un líder imbatible. Albor, Fraga y Feijoo son como Inditex cuando evoluciona para hacer posible un prodigio mercantil: ser su propia competencia para impedir que surja otra fuera del holding.
Inditex y el PP gallego son las dos caras de la estabilidad galaica. El paralelismo no se detiene ahí, sino que se prolonga hasta nuestros días para hacer coincidir sus dos transiciones. Feijoo e Isla dicen adiós simultáneamente, dejando tras de sí una sucesión que será más fácil en la compañía (monarquía hereditaria a fin de cuentas) que en un partido de monarquía electiva como el Papado, si bien con una castidad atenuada. La Galicia política y la económica contienen la respiración ante el cambio de guardia.
¿Es un alienígena?
Men in black se inspira en un argumento verosímil. Resulta que en la tierra habitan refugiados de otras galaxias a los que, además del permiso de residencia, se les proporciona forma humana. Gracias a la película sabemos que Elvis Presley, Michael Jackson, Lady Gaga, Andy Warhol o Steven Spielberg son o fueron criaturas de otros mundos con apariencia terrícola. ¿Gallegos? No se mencionan porque procuran pasar inadvertidos pero habelos, hainos y alguno actuó en Luar. La cuestión es que existe en el filme una unidad destinada a proteger a estos exiliados y evitar que los Putin del espacio los envenenen. En ella presta servicio Will Smith en calidad de agente J. No le pega a nadie, sino que posee un dispositivo llamado neuralizador que permite que los testigos incómodos olviden cualquier recuerdo relacionado con los alienígenas. El actor necesitaría algo así para que se olvidara su mamporro. O eso o demostrar mediante un certificado que también él procede de una estrella lejana con un escaso nivel de civilización.
Jamás
Todavía no se ha derogado formalmente un principio no escrito que recuerda al título de Dostoievski, solo que al revés. No es crimen y castigo, sino castigo sin crimen, el que ha padecido José López Orozco. Once años de limbo judicial en el que adquirió la condición de semiculpable o inocente a medias. Se trata de una figura para la que no existe ningún tipo de resarcimiento, amen de alguna entrevista en la que el exalcalde de Lugo se desahoga. Entre los culpables de su martirio figura una jueza que ahora anda por Ponferrada y la propia política de aquellos años oscuros en los que el populismo abolió la presunción de inocencia en medio del jolgorio general de los que acudían a contemplar la nueva guillotina. ¿Piensa que un político debe dimitir por una imputación?, se le pregunta. Jamás, responde. De haberse cumplido esa regla tan razonable no hubiera pasado lo que pasó, ni hubiesen quedado varados en el olvido gestores notables y queridos por la gente, como es el caso, merecedores de un monumento al inocente desconocido.