¡Silencio, se rueda!

GALICIA

PILAR CANICOBA

14 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Pudo haber sido la investidura de un presidente magullado por una lucha interna encarnizada. Por la entrada que conduce al salón del sesiones pudo haber aparecido un púgil tambaleante y asistido por sus cuidadores, lleno de cicatrices, vendas y esparadrapos tras un castigo previo. Un Alfonso Rueda así habría conseguido el cetro a costa de un tributo que dejaría secuelas en su trayectoria. Todo el mundo sabría que se había producido una guerra de sucesión con un vencedor y varios vencidos que quedarían a la espera de una revancha en el próximo combate.

Tendríamos un presidente tan legítimo como precario, obligado a gobernar como aquellos reyes godos que solo podían estar seguros de ser traicionados por alguien de su entorno. Tal posibilidad se barajó por algunos analistas que especularon sobre listas de sucesores por más que el presidente saliente insistiera en la idea de que todo seguiría el curso de lo previsible. Lo previsible era Rueda pero se pensaba que la ambición haría resucitar aquel antiguo PP guiado por la jura de los celosos barones ante los antiguos reyes de Aragón. Vale la pena repetirlo: «Nos, que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Principal, Rey y Señor entre los iguales, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no».

En fin, que ese candidato medio descalabrado no apareció en el Parlamento. Tampoco otro que caminara con el andar mecánico de las marionetas unidas por un hilo a su Geppetto. El dedazo no se produjo. Feijoo no designó a nadie. Si su mano tuvo algo que ver, lo hizo con la habilidad del prestidigitador que hace aparecer y desaparecer objetos sin que el espectador se percate. Una tutela hubiese dejado a Alfonso Rueda en un rodaje permanente y bajo la permanente sospecha de que sus pasos estaban monitorizados desde Génova, algo insoportable para una Galicia ya habituada a ser un sitio distinto en medio de la convulsa política nacional.

He ahí el principal legado que ha de cultivar, a su manera, el recién llegado. Mientras Galicia protagoniza estos días una transición plácida, España se abisma en un caos cada vez más profundo que llega al meollo más sensible del Estado. Aquí sale un presidente y entra otro con una coreografía en la que no falta detalle y se respetan con escrúpulo las formas; allá todo consiste en entregar cabezas de turco y de turno para satisfacer a los insaciables amigos del caos. Alfonso Rueda entra en el poder sin los moratones sucesorios; Pedro Sánchez lo mantiene a la desesperada entregando más y más rescates, viendo a lo lejos las banderas de estabilidad que salieron de Galicia y toman posiciones en la política española. Hay un apóstol gallego que se va a predicar fuera la sensatez y otro que se instala dispuesto a ganar otro jubileo.

Ya lo hizo Trump con el FBI

Antes de Paz Esteban fue James Comey. Hablamos del director del FBI cesado por Donald Trump. La agencia cumplió con su deber al seguir las pistas sobre la intromisión de Putin en las presidenciales. Tal investigación respondía al interés nacional pero no al particular del presidente, y en consecuencia Comey se convirtió en un precedente de lo que ahora ocurrió con la jefa del CNI. Si cambian rusos por independentistas tendrán la misma ecuación, idéntico desenlace y la cabeza que cae una vez que el pulgar de la Casa Blanco o de la Moncloa se inclina hacia abajo. Había muchos motivos para escrutar a los sediciosos del procés, entre ellos otra sospechosa conexión rusa. Por encima de esa consideración está la amistad política entre ellos y el presidente, el cual no solo los indulta sino que les otorga una inviolabilidad que solo disfrutaba el jefe del Estado. Es que en realidad su poder es superior al del monarca. Lo extraño es que quieran separarse de un Estado que ya es casi suyo. Al menos llega al CNI alguien de Mugardos.

Siniestro total, redundante

Cuando España va camino del siniestro total, el grupo homónimo se despide. ¿Para qué ser redundante? Colesterol alto, hipertensión, achaques propios de la edad explican que se baje el telón de la banda que hizo que pasáramos en paz del Movimiento Nacional a la movida. Las analíticas de los miembros ya son delatoras, pero no se olvide otra de las causas: la libertad ya no es lo que era. Casi ninguna de sus canciones superaría la censura imperante. Las pueden seguir escuchando en casa, y aún así con auriculares, o en el coche con las ventanillas subidas. Solo en ambientes insonorizados, en la clandestinidad musical, es posible tararear letras sobre maricones de playa, el carallo de sal de Galicia, la abundancia de putas o la pirola del ayatola. Hasta da un no sé qué el escribirlas. Mira uno a su alrededor por si hay cerca un delator capaz de instruir una acusación. Ahora esas cosas no se dicen; se reprimen y se llevan al subconsciente a la espera de tiempos mejores. Dicen ellos en el adiós que «no volverá a ocurrir». Ojalá que sí.