Entre las muchas circunstancias conmovedoras del martirio de Miguel Ángel Blanco hay una que hace más desgarrador el drama: se trataba de alguien corriente. Los autores de los obituarios que entonces se publicaron encontraron retazos personales, algo sobre su vida profesional, el origen gallego de la familia, sus gustos musicales, pero casi nada que permitiera hablar de su relevancia política. Era un modesto concejal de un pueblo no muy grande, cuya única imagen ejerciendo como tal es esa en la que mira a la cámara con un tic nervioso que quedó en la memoria de todos.
Ese anonimato de la víctima lleva a preguntarse cómo fue el procedimiento por el que los terroristas decidieron que le tocaba morir. Podemos imaginar que metieron en un bombo los nombres de los ediles que merecían la pena capital, o que hicieron una selección de gallegos emigrantes a los que castigar como invasores. Tal vez no fue así y los gerifaltes recibieron un sinnúmero de sugerencias de los soplones que los asesinos tenían diseminados por el País Vasco, defendiendo en cada caso la idoneidad de su propuesta porque lograr que su denunciado acabara en la tumba era un mérito notable para cualquier chivato que se preciara. En fin, que el informe que llegó de Ermua convenció a los encargados de aprobar la ejecución. Descartaron muchos otros objetivos que siempre ignorarán su buena suerte y decidieron que aquel chico anónimo no merecía seguir viviendo. Después se avisó a los verdugos que no tuvieran ningún otro sacrificio humano entre manos.
Ese carácter aleatorio del crimen es algo muy propio de los genocidios. No es preciso ser alguien notable para participar en la lotería letal de los asesinos. Simplemente se mata a quien está más a tiro para enviar el mensaje macabro de que nadie está a salvo. Miguel Ángel Blanco pertenecía a una raza política inferior a la que se permitía vivir acosada en el gueto, hasta que un siniestro sorteo o una infame delación decidieran lo contrario. Los etarras decretaron la solución final, aunque la llevaron a cabo de forma más artesanal que quienes comparecieron en Núremberg.
No es ocioso recordar la que fue una de las grandes tragedias de la democracia. Precisamente al cumplirse veinticinco años de aquello, la historia está siendo secuestrada por una UTE formada por el Gobierno y los herederos del terrorismo. Si finalmente la auténtica memoria democrática es asesinada, pudiera ser que, dentro de algún tiempo, Miguel Ángel sea un franquista que murió con un arma en ristre, en un enfrentamiento con patriotas vascos durante la lucha por la liberación. Gracias a la familia sabemos que Héroes del Silencio era uno de sus grupos favoritos. En la historia yace un héroe del silencio. Que no haya para los esbirros ni olvido ni perdón.
Saturno devora a Boris
Como en su deambular por El Prado Boris Johnson pasó por las salas de Goya y Rubens, tendría ocasión de observar dos representaciones terroríficas de Saturno. Ambos artistas lo pintan en el momento en que el dios devora a su hijo. Estamos ante una gran alegoría de las revoluciones. Robespierre, Trotski, Puigdemont o nuestra querida Carolina Bescansa son la prueba de que los movimientos revolucionarios funcionan como un bumerán que se vuelve contra sus creadores. A la lista de alimentos humanos que sacian a Saturno hay que añadir al premier británico, artífice de un brexit que ya se había cobrado las piezas de David Cameron y Theresa May. La eurofobia que avivó ya desde sus tiempos de corresponsal en Bruselas desencadena dos rupturas: con Europa y también con el marco tradicional de la política en el Reino Unido. Un país cuya última revolución data del XVII y se llama Gloriosa se ve sometido a una sacudida que pudo ser evitada. Sobre ella cabalgaban Boris Johnson y sus partygates. Saturno espera al siguiente.
Las segundas partes
«Nunca segundas partes fueron buenas». La sentencia pertenece al bachiller Sansón Carrasco. Se trata de un guiño espléndido de Cervantes porque tal cosa se puede leer precisamente en la segunda parte del Quijote, considerada por muchos expertos bastante mejor que la primera. Quien no se cree la maldición es José Manuel Baltar, que impulsa el regreso de Manuel Cabezas, alcalde de Ourense hasta el 2007 y alejado del mundanal ruido. Han sido variopintos los sistemas de reclutamiento de candidatos municipales del PP para las grandes urbes, como recurrir a la Xunta en busca de nombres con cierta popularidad o tentar a gente ajena a la política. A la vista de los desiguales resultados, Baltar opta por un método original consistente en viajar al pasado y traerse a alguien que triunfó en su día. En lugar de darle la razón a Carrasco, opta por hacer caso al anónimo que dijo que el que tuvo retuvo. Si el aludido acepta, podrá hacerlo cantando. «Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien…».