El Apóstol no dimite

GALICIA

Pilar Canicoba

23 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No se ha podido comprobar si el Apóstol está presente en las ofrendas habituales el 25 de Xullo, o se ausenta para liberarse del barullo dejando a un subalterno de guardia. Pudiera ser que Santiago se quede en el sitial oyendo en estéreo las voces de la autoridad oferente y las de los manifestantes que en la Quintana sustituyen la devoción hacia un santo por el culto a la nación. Pudiera ser también que el patrón, convenientemente disfrazado, se aleje del epicentro de la festividad para ser un gallego más que celebra la fiesta a su manera.

En todo caso tiene un largo mandato del que es imposible dimitir. En el reparto de responsabilidades que se hizo entre los padres fundadores de la cristiandad a él le tocó pastorear simultáneamente a Galicia y España, sin que durante todos estos siglos hubiera queja de ninguna de las patrias. Si alguna duda cabe sobre la posibilidad de conciliar galleguismo y españolismo ahí está Santiago para demostrar que no hay tal disyuntiva. Sirve a ambos, eso sí, sin necesidad de mudarse a Madrid por mucho que se diga que la capital es la última etapa antes de ingresar en el cielo. Desde aquí desempeña nuestro valedor el patronazgo sobre la hispanidad mucho antes de que se pusiera de moda el teletrabajo.

Sin embargo ese dilema entre lo español y lo gallego está en el origen de la ideología que presume de galleguidad superlativa en el Día de Galicia, aunque rechace tanto su nombre como su bandera introduciendo exóticas zetas y estrellas rojas. Sus acólitos firman manifiestos con otros nacionalismos para denunciar conflictos seculares con España, o abogan por el divorcio independentista con más o menos disimulo. Algún freudiano podría rastrear en este empeño tan coñazo, a ese niño al que preguntan con reiteración si quiere más a papá o a mamá. Los gallegos se empeñan en querer a los dos, e incluso amplían su querencia a Europa, otro pariente que tampoco es demasiado apreciado por el patriota profesional.

Si Santiago concediera entrevistas podría dar fe de que Galicia sufre en ocasiones las malas decisiones de algún gobierno, pero no la tiranía de un Estado en cuyas instituciones participan cómodamente quienes denuncian la opresión. Ocurre que él, amén de lacónico, sabe cuál es su sitio en la división de poderes. Solo es posible, además de hacerle llegar las plegarias, interpretarlo a la manera de los antiguos griegos con el oráculo de Delfos. No, no hay nada en la ley de la memoria democrática que le impida seguir en el cargo. Tampoco ha sido acusado de homófobo ni militarista, ni a nadie se le ocurrió todavía proponer a una diosa más autóctona para que ocupe su lugar. Gracias a Dios ahí sigue presente. Si en la noche de su efemérides se ve a alguien entrando furtivamente en la catedral, es él que está de vuelta.

Teorías quemadas

Vayan de viaje a la hemeroteca de La Voz y encontrarán, en medio de innumerables tesoros, rescoldos de aquellos debates sobre los incendios que se reproducían (los debates y los incendios) cada verano. Una de las teorías más antiguas ligaba los fuegos con una especie de rebeldía, como si unos nuevos irmandiños recurrieran a las llamas para luchar contra la opresión. Ya Ramón Cabanillas aludía al fuego en un incendiario himno. ¡Que o lume da toxeira envolva na fogueira o pazo siñorial! Después cogerían el testigo otras hipótesis: intereses urbanísticos, complots madereros e incluso manos negras políticas que querían sembrar el terror. Se habló de terrorismo y se especuló con tramas organizadas. Todo ese surtido de posibles causas tenía un común denominador que hoy hasta nos parece tranquilizador: los culpables eran individuos concretos. Ahora los expertos nos inquietan al decir que es la naturaleza la que se rebela contra pecados cometidos por toda la humanidad. También esto quedará en la hemeroteca.

Memorias de Adriana

Pudiera ser que Adriana Lastra dicte unas memorias como las de su homónimo masculino. En las que transcribe Marguerite Yourcenar, un emperador Adriano ya en el ocaso de su vida reflexiona sobre el poder, la amistad, la guerra y el amor. Las de la socialista que resultaba embarazosa para el líder del partido, serían menos sutiles y más crudas. Adriano dejó tras de sí un Imperio bastante decoroso, mientras que de Adriana solo queda una política llena de interjecciones. Es la suya una historia que se repite en otros casos. Reclutada joven para el poder, asciende hacia la cumbre aprendiendo con sufrimientos las mañas de la intriga, una virtud en la vida partidaria que sin embargo necesita de algún mérito adicional que ella no tenía. Por no salir del ambiente romano, digamos que formó parte de la guardia pretoriana del presidente, un sitio tocado por una maldición a tenor de la sucesiva caída de sus miembros. Fue una gladiadora que ya desde el principio dijo aquello de morituri te salutant dirigiéndose a su césar.