
De los últimos veinte crímenes mortales por violencia de género ocurridos en Galicia, en casi la mitad el agresor se suicidó o escenificó un intento de suicidio. Un experto en psicología criminal analiza este fenómeno
07 jun 2023 . Actualizado a las 19:34 h.Enero del 2020: «Hortensio Ónega Murado, de 81 años, mató a su esposa, Manuela Iglesias Fernández, de 79, y luego intentó cortarse las venas, pero al ver que no era capaz de quitarse la vida, se tiró por la ventana». Julio del 2019: «Manuel Vázquez Vázquez, de 50 años, asesinó presuntamente a su exmujer María del Carmen Vázquez, de 47 años, en la casa donde ella residía en Vilalba. Después, él se ahorcó». Junio del 2018: «Un vecino de O Porriño mató a su pareja, María Magdalena Moreira, de 47 años, disparándole tres veces con una escopeta de caza y después se pegó un tiro. Ambos murieron en el acto».
No son pocas las ocasiones en las que la crónica de un asesinato por violencia machista incluye el suicidio del agresor, tal y como ha sucedido en el crimen más reciente, el de Ana Vanessa Serén, a la que su expareja, un guardia civil, mató a tiros el sábado en un cámping de Oia, con la misma arma con la que luego se mató él mismo, al verse cercado en el monte por sus propios compañeros.
A esos relatos se suman otros en los que el asesino intenta, o finge intentar, quitarse la vida. «O meu sobriño conseguiu quitarlle a pistola cando supostamente quería dispararse na cabeza», explicaba en agosto del 2018 el hermano de Ana Belén Varela, de 50 años, refiriéndose a la actitud del agresor tras matarla de tres tiros por la espalda. «El hombre también presentaba cortes en las muñecas, infligidas posiblemente con la misma arma», detallaba la noticia sobre el asesinato de Soledad Rey, de 59 años, a manos de su marido en diciembre del 2020. «Los policías encontraron al presunto agresor con un cuchillo en la mano. Se tiraron sobre él para reducirlo. Tampoco opuso demasiada resistencia. Tenía varios cortes, alguno de ellos en el cuello. Aparentemente había intentado suicidarse», se explicaba en enero del 2017 al dar cuenta del asesinato de Virginia Ferradás, de 55 años, en O Carballiño, a manos de su marido.
De hecho, en casi la mitad de los últimos veinte asesinatos machistas ocurridos en Galicia, los autores escenificaron un suicidio, consumado o no. Seis de ellos llegaron a quitarse la vida. Otros tres sobrevivieron.
¿Verdaderos intentos o teatralización?
«No siempre es fácil distinguir si ha sido un intento de suicidio genuino o un intento puramente histérico de llamar la atención», indica Jorge Sobral, catedrático de la USC y experto en psicología criminal. Explica que, en los casos en los que el agresor no logra consumar el suicidio, puede sospecharse un falso intento autolítico: «De alguna manera estaríamos ante un comportamiento histriónico, teatral. Un intento de llamar la atención, de expresar el enorme dolor, la enorme irritación y la enorme ira que llevan encima esos sujetos. Pero claro, el instinto de autoconservación les dice que, aunque quieran expresar eso con una autoagresión, no deben llegar al extremo de matarse de verdad. Es un mensaje que envían, sobre su sensación de angustia, de traición, pero quieren seguir aquí para ver el efecto de ese mensaje».
Aunque no hay un perfil concreto para quienes se comportan así, Sobral apunta que suelen ser sujetos con tendencia a la desregulación o la inestabilidad emocional (neuroticismo), y con una fuerte reactividad ante sucesos que ellos consideran negativos o dolorosos. «Son, además, sujetos muy propensos a la rumiación neurótica, que están una y otra vez volviendo sobre sus emociones y pensamientos negativos, lo que hace que su cerebro esté bañado en cortisol, la hormona del estrés, durante horas y horas, lo que acaba teniendo consecuencias nefastas, produciendo una desregulación total».
Evitar la vergüenza o ver deteriorada la propia imagen
¿Qué lógica o pensamiento opera tras los intentos genuinos o los suicidios consumados? Sobral explica que hay distintas casuísticas. Existe, por ejemplo, lo que en contextos criminológicos se denomina suicidio ampliado. «El agresor desata su conducta violenta tras haber generado sobre su pareja un fuerte sentimiento de propiedad. ''Es mi mujer''. Y ese mí es claramente un posesivo. Ella es una pertenencia, pero además, una pertenencia que, de algún modo, ya ha pasado a formar parte de la propia identidad del agresor. Es tan suya como su hígado, o sus pulmones. Entonces, cuando siente que esa persona le traiciona, o le abandona, la sensación es de pérdida irreparable, incluso de amputación. Llegados a ese punto, en su mente aparece la idea que ''ya que me han amputado una parte fundamental de mí mismo, me quiero morir, quiero abandonar este escenario, me suicido''. Pero si se suicida y deja a su mujer viva, en cierto modo no ha acabado el trabajo. Así que para matarse a sí mismo, mata primero a aquellos otros que, para él, forman parte de su identidad, puede ser su pareja, o incluso sus hijos», revela el experto.
El narcisismo es otro factor que puede operar en estos casos. «¿Por qué muchos de estos tipos sufren tanto ante el abandono, o ante lo que ellos creen que es una traición? Porque tienen una grandiosa sensación de autovalía. Son sujetos narcisistas, que se creen el sol alrededor del cual orbitan todos los planetas, y piensan que ellos no merecen ese trato. Cuando alguien les hace daño ni pueden ni quieren entenderlo. Cuando alguien les relega, esa herida narcisista es tan fuerte que prefieren acabar consigo mismos», comenta Jorge Sobral.
En esa línea, en el intento de suicidio de un asesino machista también puede estar presente otro elemento: que se trate de individuos que se tienen a sí mismos en un alto concepto, incluso muy bien vistos por la sociedad, y que al cometer una barbaridad como la de matar a su pareja o expareja, no soportan la idea de verse juzgados o de caer en desgracia ante los demás. Según explica el experto en psicología criminal «sí hay un patrón de conducta suicida que se da al ser incapaz de soportar la vergüenza de la exposición pública. Lo hemos visto, por ejemplo, en empresarios que se quitan la vida tras una quiebra. Ese patrón también puede estar presente en la violencia de género. El agresor es incapaz de generar un imaginario mental en el que se vea conviviendo con esa vergüenza, con la pérdida de prestigio social, con la pérdida de reconocimiento. ''He matado a alguien, y me quito del medio para no sufrir el reproche, la vergüenza o la cárcel''».
Lo más habitual, aclara el catedrático de la USC, es que en cada caso opere una mezcla de más de uno de estos factores.