Las urgencias del siglo XXI, los pilares de nuestro progreso

Juan Carlos Escotet ECONOMISTA, PRESIDENTE DE ABANCA Y GALARDONADO CON EL PREMIO FERNÁNDEZ LATORRE

GALICIA

Discurso íntegro del economista, presidente de Abanca y galardonado con el Premio Fernández Latorre en su 66ª edición

14 nov 2024 . Actualizado a las 17:46 h.

Es un honor para mí estar aquí hoy para recibir este reconocimiento. Me siento inmensamente agradecido y guardaré este momento como un recuerdo imborrable.

Recojo el Premio Fernández Latorre todavía conmovido por el fallecimiento de Santiago Rey hace apenas tres meses. Nunca pude prever que él, que me llamó para notificarme la decisión, no estaría esta tarde con nosotros para materializar la entrega. Su ausencia me embarga de una honda tristeza y emoción. Desde mi primer encuentro con Santiago Rey, percibí en él a un hombre de múltiples dimensiones. Era un líder empresarial y un ciudadano comprometido, cuyas inquietudes trascendían lo inmediato y se proyectaban hacia horizontes más amplios y ambiciosos.

Algunos hechos notables de su trayectoria, como el relanzamiento de la Biblioteca Gallega en 1975; la fundación de este Museo que lleva su nombre; o su cultivado aprecio por las tradiciones, bien podrían incitarnos a pensar que Santiago encontraba su mayor confort en el pasado. Sin embargo, esa íntima conexión con la memoria, esa necesidad imperiosa de recordar nuestras raíces, nunca eclipsó su interés constante por el devenir de Galicia y de España. Y es precisamente esa combinación única de arraigo en las tradiciones y una mirada visionaria hacia el mañana, dos fuerzas que convivieron intensamente en su corazón, lo que hizo de Santiago una figura tan singular y compleja, una personalidad auténtica y memorable. Santiago nos advertía: no debemos renunciar a ninguna de las obligaciones que nos imponen estos tiempos. Por delante tenemos tareas ineludibles, que comprometen a Galicia, a España y a Europa.

Soy consciente, como creo que lo somos todos, que el Occidente democrático atraviesa una etapa de incertidumbre y desafíos. La victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos aparece como un agente catalizador, que exige que Europa actúe, sin más demoras, para reducir la distancia que cada día nos separa más de los primeros países del mundo.

Esta brecha nos coloca en una posición vulnerable en comparación con otras sociedades. En el aspecto económico, y sin salir de Europa, los retos son formidables: mercado único; integración fiscal, monetaria y bancaria; hiperregulación…

Pero no se trata únicamente de una debilidad económica. Es una fragilidad social y cultural que amenaza nuestra cohesión y capacidad de adaptación a los cambios.

El informe Letta, presentado en abril, además de reivindicar el enorme valor geoestratégico que tiene el mercado único, nos advierte la obligación de Europa de adaptarse a las realidades del siglo XXI. Los parámetros del siglo XX ya no nos sirven, porque han aparecido, de forma rotunda e ineludible, factores como el crecimiento de algunas economías en Asia, el envejecimiento de la población europea, o los conflictos armados en más de cincuenta lugares del planeta, entre ellos Ucrania y Oriente Próximo.

Letta señala una cuestión prioritaria para la competitividad, cuando nos recuerda que a las cuatro libertades que son el fundamento del mercado único: libertad de movimiento de personas, de servicios, de bienes y de capital, al que hay que añadir un nuevo pilar, imprescindible para afrontar el estado de cosas actual, la libertad para investigar y crear sin limitaciones, porque ese es el único camino posible para afrontar esos desafíos titánicos que son la economía digital y el cambio climático.

Tras la publicación del informe Letta, en septiembre se presentó el informe Dragui, que estudia con detalle los cambios que Europa debe asumir, si quiere evitar que la desventaja ante Estados Unidos y China siga creciendo. ¿Y qué dice el informe? Que Europa está obligada a invertir, de inmediato, en innovación y en la búsqueda de nuevos motores de crecimiento, porque, de no hacerlo, el riesgo será un mayor deterioro y la conformación de nuevas fragilidades.

Dragui nos recuerda que es necesaria, absolutamente necesaria, una nueva estrategia económica donde estén acompasadas las políticas industriales y comerciales, las políticas de estímulo a la competencia, en un ambiente de crecimiento de la inversión y de reducción sustancial de la carga regulatoria.

Uno y otro informe parten de un diagnóstico semejante: no podemos continuar paralizados en condiciones de hiperregulación. Y argumentan, con solidez, que es perentorio dar un salto a un tiempo de inversiones, estímulos e iniciativas a la innovación y la economía digital, que son los campos que nos devolverán la competitividad.

De forma simultánea a estos debates, que reclaman medidas inaplazables, se producen en el conjunto social fenómenos como la polarización política, la desinformación y la desconfianza en las Administraciones.

Se ha instaurado un ambiente de malestar hacia las instituciones públicas, agravado por una pérdida de valores que antes considerábamos esenciales. El esfuerzo, la superación personal y la búsqueda del conocimiento, que durante siglos impulsaron el progreso de Occidente, parecen haber perdido relevancia en una ciudadanía cada vez más volcada en el individualismo y el consumo inmediato.

Considero que no es posible dar la espalda a las realidades, todavía punzantes, de la pobreza extrema, las desigualdades e injusticias, especialmente en aquellos casos donde la gestión de los asuntos públicos tiene consecuencias directas en las vidas de las personas, tal como ha sido ratificado, del modo más doloroso, en la tragedia de la dana que ha asolado hace dos semanas el Levante español.

He visto, oído y leído posiciones radicales en contra de los políticos y los partidos. Por mi experiencia vital puedo aseguraros que esa creciente desconfianza me preocupa mucho.

Los que venimos de otras latitudes, los que conocemos la realidad de la pérdida de institucionalidad latinoamericana, sabemos lo que supone disponer de estructuras políticas y sociales sólidas.

Más que denigrar, más que contribuir a eclipsar su reputación, es hora de subrayar el papel que la política debe cumplir en el fortalecimiento de vida democrática; es hora de elegir a los mejores para las funciones públicas; es hora de exigir a la política hacerse cargo de las urgencias del futuro, con una visión de las urgencias del siglo XXI.

Es imperativo comprender las verdaderas amenazas del cambio climático, evaluar los límites de la polarización y, como sugieren los expertos, reflexionar sobre cómo percibimos las emergencias, no solo como ciudadanos, sino especialmente quienes diseñan e implementan acciones públicas.

Hago una pausa en este solemne acto para expresar mi más profunda solidaridad, y la de toda la familia Abanca, con quienes sufren las consecuencias de esta catástrofe. Con todo, no debemos caer en el pesimismo.

¿Estamos a tiempo de revertir esta situación? Estoy seguro de que sí. Para ello, necesitamos reforzar nuestros organismos públicos, promoviendo la transparencia, la rendición de cuentas y la participación ciudadana.

Debemos recuperar la cultura del esfuerzo y la excelencia, impulsando una educación de calidad que fomente el pensamiento crítico y la creatividad. Sostengo que es fundamental preservar la solidez de la escuela como institución, así como asegurar el traspaso de conocimiento, y educar a nuestros jóvenes para que comprendan que una vida plena se basa en el equilibrio entre derechos y responsabilidades. Solo así podremos construir un futuro próspero y sostenible para nuestras sociedades, en el que la innovación, el talento y los valores humanos sean los pilares de nuestro progreso.

Os decía al comienzo de mi intervención que esta distinción ocupa ya un lugar primordial en mis afectos: por el nombre que lleva, por el recorrido que lo respalda, por las notables personalidades que lo han recibido en las 65.ª ediciones anteriores. Y es así, amigas y amigos, porque Galicia tiene para mí un estatuto emocional y simbólico, semejante al que tienen España y Venezuela.

Es una tierra querida que conozco cada vez más, donde tengo familia, amigos y trabajo. No hay día, esté donde esté, en el que no ocupe mi atención, mi tiempo, mis preocupaciones como ciudadano. El hecho de que la justificación de esta distinción destaque tanto mi labor en el ámbito financiero como en la Obra Social de Abanca, me conmueve y ratifica mi hondo vínculo con Galicia: después de diez años, lo que anunciamos de que nuestro proyecto era de largo plazo, se hace más creíble.

Finalizo. Querido Lois, que una persona tan lúcida y exigente como Santiago Rey haya depositado en tus manos el timón del destino de la Corporación Voz de Galicia deja muy clara su certeza en que serás el mejor capitán para la nueva singladura.

Sé que tienes los mejores compañeros posibles: Xosé Luís Vilela, Santi Pérez y Manuel Areán, a los que aprecio y admiro.

La Fundación pasa a ser la columna vertebral en la preservación del grupo, según su testamento. Soy testigo de que Santiago Rey hizo grandes sacrificios, personales y económicos, para que eso fuera así.

Él quería asegurar el legado, la vocación y la línea editorial que ha convertido a La Voz en el medio más relevante del Noroeste español. Estoy seguro que así será. Contad con mi apoyo personal para que este propósito se haga realidad.

Saber que Santiago Rey fue impulsor en la decisión de sumar mi nombre al Premio Fernández-Latorre, eleva mi gratitud, y fortalece mi convicción de décadas, de que nada es más significativo en la trayectoria de los empresarios que contribuir al bienestar de los demás cada vez que sea posible.

Muchas gracias.