En Galicia el matrimonio entra junto a un centro, a diferencia de otras comunidades donde hay más complicaciones. La norma gallega de dependencia recoge la figura de los acompañantes para mantener la unidad familiar
24 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Jesús Hermida y Marina Requeijo se despiertan, se visten, desayunan, pasean, comen, cenan y duermen juntos desde hace casi setenta años. Durante un tiempo lo hicieron en su casa de Santa Baia de Pardemarín, una parroquia de A Estrada, en la que nació su hija María Estrella. Una vida que continuó en Asturias, adonde se fueron los tres y pasaron algo más de veinte años. Luego volvieron a casa, a Galicia, solo ellos dos, cuidándose el uno al otro. Desde hace unos seis años lo hacen en la residencia Porta do Camiño, en Santiago. Aquí llegaron también juntos cuando comenzó a fallarle la salud a Marina y Jesús ya no pudo coger el coche más.
Como marido y mujer, consiguieron una plaza cada uno en el mismo centro y en una habitación con dos camas a las que solo separan dos estrechas mesitas de noche. Si Marina estira su brazo y Jesús el suyo, se cogen la mano. Seguir juntos, cuando ya no pueden vivir en su casa, es lo que se cabría esperar de un sistema que decide quién entra y quién no en una residencia. «Para onde vaia un, vai o outro. Mentres queira o de arriba, nós temos que estar xuntos», dice Jesús. En Galicia, desde el año 2014, el matrimonio siempre entra junto en el centro.
La norma gallega de la dependencia, que regula la Consellería de Política Social, recoge la figura de los acompañantes con el objetivo de mantener la unidad familiar, una situación que no se repite siempre en el resto de comunidades autónomas. En caso de ser cónyuge, no existe otro requisito para que, adonde vaya uno, lo acompañe el otro más que acreditar la convivencia de al menos dos años antes de presentar la solicitud de plaza.
A Marina y a Jesús les sobran los años. Ahora están en una residencia para personas que se pueden valer por sí mismas, pero cuando la situación de uno de los dos cambie, aun con grados de dependencia diferentes, podrán seguir despertándose y acostándose juntos. Porque adonde vaya uno, irá el otro. Así ha sido prácticamente toda su vida, desde que se conocieron cuando tenían 17 y 18 años.
La primera vez fue cuando dejaron su casa de A Estrada y se fueron para Asturias, allí los esperaba un hermano de Marina. Ella trabajó en un convento de estudiantes en Cangas del Narcea, primero en el comedor y después en la cocina. De su buena mano con la comida da cuenta Jesús, que asiente y le sonríe mirándola. Él se dedicó durante 15 años a la construcción, y en los meses malos de invierno iba a la mina Dos Hermanos. Así estuvo hasta que tuvo un accidente laboral y cayó de un andamio con otro compañero de una altura de once metros. Estuvo un año hospitalizado en Oviedo. «A nena era moi pequena, así que as veciñas quedaban con ela para que eu fora velo ao hospital. E o fin de semana as compañeiras do convento facían o meu traballo», recuerda Marina, a la que poco a poco se le van escapando los recuerdos.
De A Estrada a Asturias y regreso a Galicia. Jesús, Marina y María Estrella dejaron Galicia cuando la pequeña solo tenía 3 años. En la imagen, los tres en aquella época. En Asturias estuvieron hasta que entraron en la cincuentena, cuando volvieron a Galicia solo ellos dos. María Estrella, ahora de 66 años, ya se quedó en tierra vecina.
No pasa nada porque Jesús siempre está ahí, para tirar de ella y de su memoria cuando haga falta. «Cando ela está máis tristona, aí está Jesús para dicirlle que vaia ás actividades e para facela rir», explica Vanessa Castro, la directora de la residencia Porta do Camiño. La animadora que los acompaña todas las mañanas, en actividades de memoria, informática, gimnasia o las asambleas, corrobora esos cuidados. Y es que Jesús no se olvida de cuando, tras caer tan enfermo, su mujer estuvo siempre ahí. Así fue hasta que decidieron volver a su casa de A Estrada. Su hija se quedó en Asturias porque ya tenía una vida hecha allí.
Vivieron allí un tiempo más. Tenían ovejas y una huerta, y cuando necesitaban algo iban en su coche. Pero los problemas comenzaron cuando él perdía de forma repentina y momentánea la vista y no pudo volver a conducir. La decisión de irse a una residencia fue más bien de Marina: «El non quería vir, pero sen o coche non nos arranxabamos». Para ir a A Estrada, a unos doce kilómetros de casa, o cogían un taxi o iban en un autobús a las ocho de la mañana que los traía de vuelta a las tres de la tarde. «A min custoume deixar a casiña, o can que tiñamos... Pero separarnos? Xa non», recuerda Jesús.