Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

«Su señorío fue su seña de identidad»

Josemi Rodríguez-Sieiro

GENTE

El cronista, en el funeral por su madre
El cronista, en el funeral por su madre XOAN CARLOS GIL

Josemi Rodríguez-Sieiro recuerda a su madre, María Marcela Rodríguez Vila, fallecida el pasado martes en Vigo.

08 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Escribo estas líneas aturdido, pero con la sensación de que debo hacerlo, que mi obligación es estar al lado, amparado y protegido por los lectores de esta página, que desde hace tantos años escribo con el mejor ánimo y la clara intención de entretener, divertir, algunas veces provocar una disparidad de opiniones, una sonrisa o simplemente una reflexión acerca de la vida de unas personas que son actualidad o que han hecho de ella un medio de vida, entendiéndolo como un trabajo o un negocio.

Hoy para mí es todo diferente. Mi madre ha muerto. Mis sentimientos se agolpan. Mi unión con ella era tremenda. Curiosamente, la traté más de mayor que de pequeño. Aquellos eran unos tiempos en los que todo era diferente. No es que se quisiera menos. Se quería de otra manera. Los sentimientos se expresaban de un modo distinto. La educación era más rígida, cosa que no me pesa, sino todo lo contrario. Me ha aportado fuerza, independencia, libertad, responsabilidad y poder de decisión ante la vida. Sería absurdo pensar que mi madre, que acaba de fallecer este mismo martes, iba a ser eterna. Dada la educación que he recibido y a pesar de tener la certeza de estar preparado para lo contrario, siempre creí que por su edad, y gracias a su increíble fortaleza, incluso podía sobrevivirme.

Era una persona muy especial, con un talante y personalidad muy diferentes a los de la mayoría de las señoras de su época. Por la etapa y el mundo en que le tocó nacer, precisamente, no le permitieron estudiar medicina, que es lo que le hubiera gustado. Pero mi abuelo, tan anglófilo, le facilitó el aprendizaje de idiomas, inglés y alemán, con los que se defendía por el mundo sin ningún tipo de problema. Yo he sido testigo de ello en innumerables ocasiones, a lo largo de los numerosos viajes que he hecho con ella.

Fue mi madre una señora con esa raza que solo da el hecho de haber nacido en el norte. El norte, Despeñaperros para arriba, marca mucho. Por su educación fue una defensora a ultranza de unos valores que llevó siempre consigo, pero que supo adaptar a los tiempos modernos. Su señorío fue una seña de identidad. Su manera de vivir, con una clase y un estilo inconfundibles, aunque tal vez ahora difícil de entender para algunos, la ha mantenido hasta el final. Ha sido fiel a sus amigos, ha intentado ayudar a los que la necesitaban y ha amado la música, como le habían transmitido mis abuelos. Por eso estará feliz de que los miembros de la coral Casablanca, a los que nunca podré agradecer lo suficiente, hayan interpretado una maravillosa misa con unas voces deslumbrantes, que consiguieron que mi piel sintiera esa sensación que solo las cosas muy bellas provocan y que me proporcionará una paz que yo también necesito.

Mi madre vivió muy pendiente hasta el final de la política, de la que fue una gran apasionada. Disfrutó las elecciones últimas con una ilusión enorme, confiando en el cambio que ha supuesto la victoria del partido con el que tanto ha colaborado desde su fundación.

Su ausencia, además del sentimiento de orfandad que ya siento y de la falta de referencias que va a suponer, que ya supone, representaría un cierto desarraigo de Galicia. Pero esta noche, tras pensarlo y meditarlo, he decidido que no voy a dejar que haga mella en mí y así espero conseguirlo, manteniendo casa abierta, pasando parte de mis veranos en el Gran Hotel de La Toja, como mi madre hizo siempre, ya en vida de mis abuelos, y pidiéndoles a las salesas de Vigo, a las que ella estaba tan unida, por mis intenciones, como ella lo hacía. En mi caso particular, con especial afán para este encuentro semanal a través de La Voz de Galicia, que es algo que me da mucha felicidad, porque es importante no perder nunca las raíces y yo lucharé por mantener las mías con esta tierra maravillosa.

Mis lectores y los responsables de La Voz, a los que estoy muy agradecido, sabrán perdonarme esta licencia, que hoy excepcionalmente me he tomado, hablándoles desde el sentimiento, desde el corazón y desde mi enorme pena, pero con la absoluta necesidad de contarlo a esta gran familia que son mis amigos, los que me leen o soportan cada domingo. Muchas gracias.