Ernesto de Hannover: El príncipe que prefiere la marcha de Ibiza al postín de Mónaco

nacho blanco REDACCIÓN / LA VOZ

GENTE

Arriba, escudo de  Hannover. Carolina y Ernesto paseando.
Arriba, escudo de Hannover. Carolina y Ernesto paseando.

Mujeres y alcohol ocupan la agenda del todavía marido de Carolina

08 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Ernesto Augusto de Hannover, descendiente de la casa principesca de origen alemán, una de las más importantes de Europa que incluso llegó a colocar reyes en el trono de Inglaterra, se ha esfumado de la corte monegasca -donde dejó a Carollina y a la hija de ambos, Alejandra- para instalarse bajo el sol de Ibiza. Para no perder la costumbre, en la isla balear se deja ver por los saraos a pie de playa junto a una nueva conquista. A pesar de que todavía continúa casado con Carolina de Mónaco.

Ernesto de Hannover es el representante de la casa real de este principado germano y, entre sus numerosos títulos, ostenta el de candidato al trono de Gran Bretaña, aunque en un puesto en la línea de sucesión más bien simbólico: el 445. También está emparentado con la reina Sofía de España, de quien es prima hermana. Por esta razón actuó el príncipe Felipe como padrino en el bautizo de su primer hijo, Ernesto.

Pero más que títulos, el príncipe de Hannover tiene escándalos a sus espaldas. Su primer matrimonio con Chantal Hochuli, en 1981, hija de un famoso arquitecto suizo, con la que tuvo dos niños varones, acabó en divorcio. La relación terminó cuando se hicieron públicas las noticias de que Ernesto y Carolina mantenían algo más que una amistad. Era 1996 y el prínicipe alemán, cervecero hasta la extenuación, ya hacía sus escapadas por Ibiza y por cualquier lugar allí donde se anunciara una fiesta o estuviera cerca la princesa monegasca.

Los mentideros reales aseguran que a Grace Kelly, actriz y madre de Carolina, ya le gustaba para su hija ese joven rubio, risueño e interesante de marcado acento alemán. Sin embargo, Carolina cayó primero en las redes de Philippe Junot y luego en las del guapo Alberto Casiraghi. Hasta que el halo de los Hannover volvió a cruzarse en su camino. Fue un noviazgo fugaz, como si estuvieran esperando el momento de juntarse desde hace tiempo, un amor adolescente quizá contenido, pero que terminó enlazando la casa de Hannover con el circo siempre revuelto de los Grimaldi.

Pero a Ernesto le va acodarse en la barra de un bar y saciar su sed sin importarle dónde se encuentre. Así quedó de manifiesto cuando «asistió» junto a Carolina a la boda del príncipe Felipe con la entonces plebeya Letizia. En la cena en El Pardo, la víspera del enlace real, Ernesto de Hannover sucumbió a los encantos de Baco y no apareció en la ceremonia. El bochorno de la princesa Carolina entrando en la Almudena sola y descompuesta, y con Ernesto en el hotel durmiendo la mona, copó un lugar de excepción en las revistas del corazón. De hecho, las malas lenguas le apodan Ernesto de Hangover (resaca en inglés), por su inquebrantable apego a la bebida. Esta poco saludable afición le pasó factura en el 2005, cuando el príncipe Ernesto ingresó en un hospital tras sufrir una pancreatitis aguda que a punto estuvo de acabar con su vida. En el 2011 volvió a un centro sanitario, en esta ocasión ya en Ibiza, para someterse a otra recuperación por excederse con las bebidas espirituosas.

Ficción conyugal

La separación de facto entre Carolina y el príncipe encantador se produjo en el 2009, cuando la pareja abandonó su apartamento de París. Ernesto puso rumbo a Ibiza y ella a Montecarlo, con la hija de ambos, Alejandra, que hoy ya tiene 15 años.

Mientras, Carolina vive su vida apegada a quehaceres propios del cargo y a su título de princesa de Hannover que mantiene al no divorciarse de Ernesto. Parece que a ella le interesa mantener esa ficción conyugal pues así está en lo más alto del escalafón de la realeza europea, ya que el Almanaque de Gotha, -la publicación de las monarquías que pone a cada uno en su sitio- la considera de Alteza Real, rango que perdería en caso de romper su matrimonio con el errabundo Ernesto.

El príncipe, que cumplió el miércoles 60 años, continúa con su frenética carrera de adolescente, como si tuviera la misma edad que su hija, de fiesta en fiesta, flirteando con jovencitas y dejándose ver sin reparos con sus amantes. Con una cartera que no tiene agujeros, castillos por doquier y otras propiedades en medio mundo, al principito solo se le conocen dos aficiones: los chiringuitos y el coleccionismo de relojes.

En su difícil tarea de darle vueltas a las manijas de su colección ha legado un reguero de agresiones a fotógrafos, denuncias con millonarias indemnizaciones, bares cerrados, insultos y una vida en la que el trabajo no se encuentra -ni se le espera- entre los retos de un grande de Europa que prefiere la marcha de Ibiza al glamur de postín de la corte monegasca. Y Carolina, con su título de Alteza en el bolsillo, lógicamente, no está triste. Tú a Ibiza, yo a Montecarlo.