
Los vigueses expusieron su mejor versión en Pucela para sumar tres puntos
05 may 2014 . Actualizado a las 22:10 h.El Celta se ha conjurado para echarle un pulso al destino. Para tirar por tierra semanas viéndose desahuciado, para devolver a la afición todo lo que le ha dado, y para compensar cada lágrima que ha derramado por un camino tortuoso. El triunfo de ayer lo logró a base de casta, de orgullo y de fe. La receta de Bermejo. Porque solo así se puede explicar una victoria en la que el Celta fue más equipo que nunca. La piña del primer gol lo demostró.
En Pucela se vivió la revolución celeste. El fútbol creativo de Krohn-Dehli resurgió en todo su esplendor para meter el miedo en el cuerpo a un Valladolid que nada pudo hacer ante el hambre de un rival cuyo once era previsible y en el que entraron Bellvís para el lateral y Cabral para el central.
La solidez que echó en falta la retaguardia en otros partidos llegó ayer de golpe para pintar un día perfecto. Contundencia a la hora de sacar el balón, intensidad y ayudas. Porque ni a Krohn-Dehli ni a Augusto le pesaban las piernas a la hora de bajar a ayudar. Al contrario.
La muralla formada por Borja Oubiña y Natxo Insa en el medio campo era la perfecta cobertura para la defensa celeste. Porque el valenciano se hartó de cortar balones y el capitán celeste puso el criterio a la hora de sacarlos.
Sin miedo a la portería
El miedo a ver portería que ha atenazado al Celta durante toda la temporada desapareció en Zorrilla. Krohn-Dehli, que ayer fue la brújula del ataque celeste, creó y disparó. Augusto prolongó el balón que Cabral cabeceó a gol, Insa lo intentó, Álex López rozó el gol, Orellana la tuvo en sus pies, Iago amagó y puso el penalti y Roberto Lago bien pudo poner la puntilla. Todo el Celta defendía, y todo el Celta atacaba.
Ayer los vigueses no tuvieron miedo a la victoria. Ni se dejaron amilanar por el disgusto mayúsculo de Varas, ni por tener que jugarse la vida con un chaval de 17 años en la portería, ni por tener que depender de terceros. El Celta creyó, y su fe se tradujo en una intensidad que duró hasta el último suspiro. Como la esperanza celeste.