El chico de Cruz Alta que dejó las leyes por el fútbol

GRADA DE RÍO

M.MORALEJO

Marta Magnolo, madre de Eduardo Berizzo, recuerda los caminos por los que el balón ha llevado a su hijo, que hoy celebra su 47 cumpleaños

13 nov 2016 . Actualizado a las 19:40 h.

«Es un tipo honesto, moderado. Una persona de mucha sensibilidad pero introvertido con sus sentimientos. Tal vez en la función que él cumple sea una cualidad necesaria, no puede ser un entrenador que se arrebate. Es muy tierno, pero qué voy a decir yo, soy su madre». Es la palabra de Marta Magnolo, la mujer que hoy hace 47 años trajo al mundo a Eduardo Berizzo, el hombre que tras entender lo que era el Celta sudando la camiseta, ahora lo lidera desde el banquillo.

Fue en Cruz Alta, un pequeño pueblo de la provincia argentina de Córdoba, donde el Toto y el fútbol comenzaron a ser uno. De crío, como casi todos los niños, se pasaba el tiempo libre corriendo tras el balón con sus amigos. Cuando tuvo edad se enroló en las filas del Newberton, el club fundado a principios del siglo XX por el que casi todos los chavales del lugar pasaban, y fue allí donde un entrenador de las divisiones inferiores de Newell’s Old Boys, un tal Marcelo Bielsa, lo vio jugar por primera vez. «Tenía catorce años, Bielsa los vio a él y a Darío Franco jugando en un partido de los pueblos, y les propuso ir a jugar a Newell’s», cuenta la madre del Toto. Pero enrolarse en las filas leprosas suponía trasladarse a Rosario, a 125 kilómetros, y Eduardo tan solo era un niño.

«Coincidió que una señora que en aquel momento tenía a sus hijos estudiando allá nos dijo que se iría para la ciudad y nos propuso alquilar un departamento grande. Ella tenía los chicos y así los cuidaba. En aquel momento la vida era más serena. Hoy hay tanta inseguridad que no sé si lo habríamos dejado ir», reconoce Marta. Porque aunque el fútbol había rondado a Eduardo desde pequeño, que acaparase su vida no entraba en los planes de la familia. «Nuestro objetivo no estaba puesto en el fútbol. Siempre pensamos que era necesario que estudiara, que se formara desde otros ángulos y que desarrollara sus cualidades intelectuales. Pero mi esposo ya veía cualidades en él», admite Marta, profesora jubilada de literatura y una de las culpables de la pasión del Toto por la lectura. «En nuestra casa siempre hubo libros, mi marido también era un gran lector, aunque especialmente de ciencia, así que supongo que era normal que Eduardo se apasionase».

Berizzo se integró en las divisiones inferiores de Newell’s y se adentró en un nuevo mundo en el que fútbol y estudios marchaban a la par. «Mi marido lo llamaba todas las mañanas por teléfono para que se despertara y él me llamaba a mí para que le ayudara con los deberes. Le dictaba algunos trabajos de lengua y lo auxiliaba de alguna manera». Y los fines de semana cambiaba la rutina. Su familia se desplazaba a donde el calendario llevaba al Toto y al acabar el partido regresaban a Cruz Alta para pasar lo que quedaba del fin de semana junto al resto de la familia.

Entre el derecho y el fútbol

Si marcharse a Rosario fue la primera apuesta fuerte que Berizzo hizo por el fútbol, dejar sus estudios de Derecho fue la segunda. «Cuando terminó la secundaria comenzó a estudiar abogacía, pero no podía conciliar las dos cosas, así que un día me lo planteó. Yo era profesora, quizás por eso prefirió decírmelo a mí. Acordamos que le dedicara un tiempo al fútbol, que probara un año o dos a ver cómo avanzaba, porque la facultad siempre iba a estar ahí». Una facultad a la que ya no regresó. El fútbol le abrió sus puertas de par en par.

«Realmente nunca pensamos que su porvenir económico estuviera en el deporte. Cuando apostó por ello le apoyamos, lo arropamos, especialmente mi marido, que era un fanático del fútbol pero una persona equilibrada en su juicio, pero desconocíamos hasta donde podría llegar», recuerda la madre del entrenador del Celta. Bernardo Griffa, una de las personas que más de cerca siguió al Toto en Newell’s, les había dicho que hasta los 17 o 18 años no era posible saber si un chico podría llegar a futbolista. Berizzo superó el corte y con 19 años debutó en el primer equipo.

El día que «campeonó»

Marta Magnolo no disfruta de los partidos de su hijo, «los sufría de jugador y los sigo sufriendo de entrenador. Vivo sus partidos con la misma intensidad, pero también es porque acá vivimos el fútbol de otra manera», admite entre risas. Porque aunque nunca fue una gran futbolera, cuando de Eduardo se trata el hilo maternal manda. En su memoria tiene muy presente la tarde de julio de 1991 en la que Newell’s campeonó ante Boca. «Es del partido que más me acuerdo. En el encuentro de ida el gol lo había hecho Eduardo en Rosario, y en la vuelta, en la cancha de Boca, ganaron por penales. Ese día me impresionó el silencio. Se escuchaba más el silencio de los 70.000 de Boca que la algarabía de los 2.000 de Newell’s».

El buen rendimiento del Toto en Rosario llamó la atención del Atlas mexicano y allí estuvo tres años, para regresar a Argentina y enrolarse en River Plate, uno de los grandes de su país. «Después fue a Francia, donde nació su segunda hija, y después ya se fue a Vigo. Cuando estuvo en Vigo yo fui a verlo casi todos los años, pero mi esposo ya había fallecido. Ese es un dolor que tiene Eduardo», desvela Marta.

Fue tras disputar un encuentro con River cuando el Toto recibió una de los golpes más duros de su vida. Su padre, Héctor Eduardo, fallecía en un accidente de coche cuando regresaba a casa tras ver el encuentro. «Es un tema del que Eduardo no habla. Mi marido alcanzó a verlo en los campeonatos de River y yo siempre digo que desde algún lugar mirará lo que hace, lo bien que le fue en Chile o cómo lo está haciendo en el Celta».

Una tormenta y la selección

Aunque ha sido a nivel de clubes, primero como jugador y luego como entrenador, como Berizzo se forjó un nombre en el mundo del fútbol, el técnico del Celta también dejó su muesca en la selección. «Su primer partido fue contra Venezuela y lo recuerdo con una tensión terrible. En el pueblo se cortó la luz porque había una gran tormenta, mi marido no lo podía ver por televisión y yo, para quitarme los nervios, me fui a caminar con un paraguas que se dio vuelta. Los nervios no los aguantaba. Volví cuando iba ganando 0-2 Argentina y que había vuelto la luz», relata Marta.

Durante las últimas cuatro décadas la mamá del Toto ha reído, ha llorado, ha disfrutado y ha sufrido con su hijo, el niño de Cruz Alta que un buen día decidió dejar a un lado las leyes para honrar al fútbol.

«Eduardo es un trabajador, lo que hace lo hace muy seriamente»

Eduardo Berizzo fue un central aguerrido, intenso, de los que su afición ama y el rival detesta, y ya en su etapa como jugador dejaba pistas de que su idilio con el fútbol no tenía por qué tener fecha de caducidad. «Se le veía maneras de entrenador. Cuando jugaba era de los que daba órdenes en la cancha, tenía pasta para entrenar», cuenta entre risas Marta Magnolo. Al igual que cuando decidió dejar las leyes para dedicarse al fútbol, Berizzo tuvo el apoyo de su familia.

Con la selección chilena dio el primer paso, luego llegaron Estudiantes de La Plata y, sobre todo, O’Higgins. «Eduardo se ha formado con Marcelo Bielsa y ha hecho su propia metodología de trabajo, y en eso creo que confiaron los jugadores de O’Higgins. Todo el equipo que lo acompañaba creo que infundió en el jugador el concepto de ‘hagamos esto, que nos va a ir bien a todos’». Y así fue. Su exitosa etapa en Rancagua le abrió de nuevo las puertas de un Celta que tiene adeptos en Cruz Alta. «Aquí siguen a los futbolistas del pueblo. Voy al supermercado y me preguntan qué tal le fue al Celta el domingo», relata Marta.

Sin proponérselo, la madre del entrenador del Celta se ha pasado las últimas cuatro décadas atesorando historias del fútbol, la mayoría de su hijo, y algunas de gente que lo han marcado, como el caso de Bielsa. «Es un tipo especial. Yo no creo que sea un loco, lo que pasa es que a lo mejor en ese ambiente del fútbol es un temperamental», razona, «es un obsesivo de estudiar el fútbol, es un excelente entrenador, es un poco antisocial. Vino al pueblo a dar una charla, la organizaba el grupo de la parroquia, y él hablaba del concepto de liderazgo. Había muchísima gente en la sala, y le decía al cura: ‘porque ustedes, padre, trabajan con el concepto de la culpa, no del amor, y eso es lo que no hay que hacer’. Y el cura se quedó quieto, Bielsa hablaba de dar fuerzas, de infundirle autoestima a la gente, a los jugadores». 

Y ese es un camino por el que también ha apostado el Toto, del que Marta subraya su capacidad de sacrificio. «Me alegra ver el cariño que le tiene la gente, me tranquiliza y me da orgullo, por supuesto. Porque yo sé que Eduardo es un trabajador, no es un improvisado. Lo que hace, lo hace muy seriamente. Que le salga bien o mal es otro tema, pero pone en las cosas todo lo que hace falta, busca lo mejor». Ya sea en Cruz Alta o en Vigo.