Mekerle jugó en Vigo entre 1948 y 1954. Ni el alzhéimer le impidió adorar al «equipo de sus amores»
08 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Era «el equipo de sus amores». Por eso cuando ya no tenía memoria, víctima del mal de alzhéimer, «se seguía acordando del Celta y llevando el pin en la solapa hasta el final». Así recuerda Germán Waidele, hijo del excéltico Mekerle, la pasión de su padre por el club cuya camiseta defendió durante seis temporadas antes de que él mismo viniera al mundo. «Después fichó por el Hércules y yo ya nací aquí, en Alicante, donde él fue muy importante y muy querido por todo el mundo. Pero no hay duda de que el equipo que más le marcó fue el Celta y así lo transmitió a toda la familia. Yo soy también un celtista más porque así me lo inculcó», dice.
A Mekerle -nacido Germán Waidele Figueirido-, hijo de padre alemán y madre gallega originaria de Ourense pero residente en Vigo desde la infancia, le pusieron ese apodo por ser de pequeño «un niño travieso, juguetón, muy movido; lo que ahora sería hiperactivo», apunta el pequeño de sus descendientes. Y lo fue sobre el campo, primero en el Rápido de Pereiró. «Jugaron la Copa de Galicia contra el Celta y se lo llevaron», relata Germán hijo. Y lo confirma la viuda, Mercedes González Meiriño, de 90 años. «Lo vieron y quisieron ficharle. Él ya era un jugador muy bueno, pero en el Celta creció. Como futbolista, porque como persona ya no podía ser mejor».
Corrobora Mercedes -natural de Arbo- las palabras de su hijo de que «para Germán el Celta significaba todo, un verdadero orgullo». Por mucho que se asentara en Alicante e hiciera allí su vida una vez retirado del deporte en activo. «Le salió trabajo aquí de celador cuando dejó el fútbol y se quedó, pero nuestras raíces son totalmente gallegas», destaca Waidele. Y para no romper ese vínculo regresaban cada verano a Vigo, algo que él aún hace. «Iba a visitar a sus amistades y siempre pasábamos por Balaídos. Luego yo he llevado a mis hijos, sobre todo al museo a ver los recuerdos que hay de su abuelo allí». Guarda recortes de sus éxitos en el Hércules, pero insiste en que lo del Celta es diferente.
Germán guarda un recuerdo muy especial de un reencuentro en el Real Madrid-Celta del 2005 entre su progenitor y uno de los grandes amigos que hizo en Vigo, Adolfo Atienza. «Se dieron un gran abrazo y se pusieron los dos a contarse batallitas. Habían mantenido la amistad por carta, pero hacía mucho que no se veían y fue muy emotivo», rememora. Atienza había pasado precisamente por el club blanco tras vestir de celeste, mientras que Mekerle a punto estuvo de recalar en el Barcelona. «Contaba que mi abuela no le dejó porque era muy jovencito y aún le parecía pronto para que se marchara de Vigo».
Ligado al Barcelona está justamente un recuerdo al que los que lo vivieron asocian mucho a Mekerle: la lesión que le causó a Velasco en el choque entre culés y celestes disputado el 20 de noviembre de 1949. «Hasta aparecía en un documental que se hizo con motivo del centenario del Barcelona. Como en su lugar salió Ramallets, mi padre solía decir que le hizo internacional, porque le paraba todo». Con Waidele, que marcó un gol en aquel choque que terminó 6-4 en Balaídos, jugaron por los celestes Simón, Gaitos, Lolín, Cabiño, Yayo, Sobrado, Vázquez, Atienza y el otro gran amigo celeste de Mekerle, Hermidita.
El propio excéltico también sufrió en sus carnes las lesiones, como rememora su viuda. «Tenía muchas, daban muchas patadas», señala. No ha olvidado la que sufrió en el campo del Atlético, una rotura de ligamentos por la que lo tuvieron que operar ya en Madrid. Pese a que hubiera buenos y malos momentos, coinciden en reiterar madre e hijo, Mekerle «fue muy feliz en el Celta y vivió toda su vida enamorado de ese equipo». Ahora ellos y el resto de la familia mantienen viva la llama de la pasión por el Celta en la familia Waidele Figueirido. Lo hacen en nombre de alguien a quien su viuda define como «un hombre bueno al que todos admiraban» y para quien el Celta lo fue casi todo. Hasta el último instante.