Antonia Mouriño, amiga desde la infancia y presidenta de la peña que lleva su nombre, recuerda el crimen y multitudinario entierro del añorado gerente del Celta Quinocho
26 jun 2017 . Actualizado a las 21:40 h.El día más triste del celtismo no se escribió en el terreno de juego sino en los intramuros de Balaídos. Fue el 20 de octubre de 1988 a las cinco de la tarde. En las oficinas del club, dos delincuentes con una pistola y un cuchillo entraron reclamando dinero. Joaquín Fernández Santomé, celtista desde la cuna, lateral derecho en sus tiempos mozos y en el día de autos gerente del club, intentó evitar el atraco y encontró su muerte. Con una puñalada de cinco centímetros que atravesó el espacio intercostal y fue directamente a su corazón.
«Foi un dos maiores desgustos da miña vida, era como da familia, para min era coma un irmán», comenta Antonia Mouriño, amiga de Quinocho desde niña y presidenta desde entonces de la peña que lleva el nombre del exgerente para perpetuar su memoria entre el celtismo. Mouriño recuerda los detalles de aquel trágico suceso: «A xente dícia que fora un accidente. Que lle botou un cinceiro á cabeza e alí quedou morto. Foi horrible».
La noticia corrió por la ciudad a velocidad de la luz. «Enseguida o direxon pola radio -recuerda-. Cando me enterei levei un desgusto moi grande. Fun co meu home a Povisa e Trini, a súa muller, díxome que lle quitara a sortella», recuerda Antonia con emoción. Su compañera de andanzas en Velázquez Moreno también relata cómo se enteró la esposa del fallecido: «Estaban en El Corte Inglés. Apareceu o presidente (José Luis Rivadulla) e díxolle que levara un golpe. Logo xa viñeron no meu coche».
En las horas posteriores al suceso, la presidenta de la Peña Quinocho permaneció al lado del difunto. No se movió por expreso mandato del entonces presidente Rivadulla. «Eu estiven con el toda a noite e toda a mañá seguinte. Acórdame que o presidente dicía: ‘¡Ti estate aquí e non te movas!’».
La capilla ardiente con los restos de Joaquín Fernández Santomé se instaló en el propio estadio de Balaídos y el sábado 22 de octubre se celebró un entierro tan multitudinario que Antonia Mouriño sigue asombrada casi treinta años después. «Non houbo enterro igual. Toda a xente pola rúa adiante». La crónica de La Voz de Galicia contaba que más de 3.000 personas «se quedaron a oír misa, mientras una multitud permanecía fuera desafiando las inclemencias del tiempo para asistir a la conducción del cadáver».
En esa conducción fueron protagonistas los futbolistas de la primera plantilla por aquel entonces. «El féretro fue sacado a hombros por los jugadores del Celta, quienes, ya en la calle, se negaron a introducirlo en el coche de la funeraria. Prefirieron, como habían prometido, portarlo a hombros hasta la misma sepultura, desafiando a la intensa lluvia que caía en esos momentos», proseguía la crónica de La Voz. Era sábado, y el club ya había suspendido el partido de Liga que al día siguiente tenía que disputar en Atocha ante la Real Sociedad.
«Era moi boa persoa, moi simpático, contaba chistes que nos facían rir a todos. Transmitía bondade e sempre arranxaba calquera problema. Facía moitos favores á xente, ía onde fose e arranxaba o que fose», rememora Antonia Mouriño. Vio crecer a Quinocho como persona y como futbolista. «Fomos amigos dende pequenos, xogabamos nos Capuchinos coa pelota. A el gustáballe xogar no Casablanca. Logo veu para aquí meu pai, que era moi futboleiro e celtista, animouno moito para que fichase polo Celta». Como futbolista «era forte e loitaba moito. Non era Las Heras, pero traballaba para o equipo». Quinocho había comenzado como extremo en el Casablanca en edad de formación y a los 19 años, ya en el Celta, Yayo lo convirtió en lateral derecho. Su posición para toda la vida.
Casi tres décadas después de su muerte el Celta le recuerda en un memorial que lleva su nombre, pero Antonia Mouriño piensa que su figura no tiene el realce que se merece dentro de la entidad. «Ninguén se acorda de Quinocho. Só teño eu a peña. O memorial este ano tamén foi unha cousa rara -se jugó coincidiendo con un parón de selecciones y no en el verano como es tradicional-, pero eu manteño a peña para que perviva». Un mito del celtismo.