Rodrigo llegó a Vigo para triunfar

X. R. Castro / Míriam V. F. VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

BENJAMIN CREMEL | AFP

Los técnicos que entrenaron al valencianista en el Val Miñor y en el Celta recuerdan la apuesta familiar, su facilidad para aprender y sus dotes de goleador

21 abr 2018 . Actualizado a las 00:24 h.

Rodrigo Moreno Machado (Río de Janeiro, 1991) regresa mañana a Balaídos convertido en uno de los faros que ilumina al Valencia de Marcelino García Toral. Rodri, como era conocido en Vigo, no es un extraño. Se formó en el Val Miñor (entonces Ureca) y pasó por las categorías inferiores del Celta antes de que Ramón Martínez se lo llevase al juvenil del Real Madrid en agosto del 2009. Javier Lago y Guillermo Fernández Romo, dos de los técnicos que guiaron sus pasos en esta esquina de Europa, recuerdan su potencial y su etapa de crecimiento en Nigrán y A Madroa.

Rodrigo llegó con seis años a Galicia. Hijo de un exfutbolista Adalberto -que arribó de la mano de Mazinho- y que ejerció de ojeador del cuadro vigués, el Ureca fue su primera parada balompédica en el viejo continente. «Estuvo con nosotros en infantiles de primero y segundo año y todo el mundo veía que era un jugador que podía llegar lejos. Pero sobre todo creo que lo tenían claro su padre y él. Vinieron a Europa para eso, para que él se siguiera desarrollando, su ambiente familiar estaba muy enfocado a eso porque sabían que tenía condiciones», comenta Lago. Con los colores del equipo de Nigrán marcaba un gol cada 30 minutos y consiguió algo insólito en el fútbol base, que un club pequeño le arrebatase una Liga en el fútbol base a los celestes.

Entonces el Celta llamó a su puerta y el pequeño Rodri fue quemando etapas en toda la cadena de filiales hasta llegar al juvenil A en División de Honor que entrenaba Guillermo Fernández Romo y que contaba con jugadores como Hugo Mallo, Jota, Joselu, Toni, Pedro García...

«Cuando yo me incorporo él está en el Liga Nacional. Cuando comenzó a entrenar teníamos a Joselu, a Matias Pogba y a Martín como delanteros, y él estaba puesto como cuarto. Comenzó como una incógnita y se convirtió en el mejor jugador que teníamos», recuerda de aquel año (08/09) Fernández Romo. Acabó con 15 goles, claves para que el equipo ganase la liga y llegase a la final de la Copa de Campeones.

Aquella temporada hubo un momento clave para el despegue de Rodrigo, la decisión de subir a Joselu al Celta B en noviembre, lo que le abrió las puertas a la posición de nueve. «Conmigo cuando estaba Joselu jugó más de segundo punta o en banda pero cuando se fue comenzó a jugar de nueve», dice Guillermo.

Aunque por encima de todo, el cambio fue una cuestión de trabajo, actitud y maduración. «Todo lo que ha conseguido es por su trabajo y dedicación. Tenía una claridad para asimilar el trabajo fuera de lo común y mejoraba cada día. Además, estuvo estuvo rodeado de gente muy madura como Hugo Mallo, Pedro García o Joselu y eso al final generó un estatus a nivel personal», dice el que fuera su técnico en el Celta. Una personalidad que luego resultó fundamental para superar los malos momentos que le deparó el fútbol, que también los tuvo, antes de brillar ahora con intensidad.

Sus dos entrenadores en la época de formación coinciden en verlo como delantero, aunque tenga condiciones para realizar otras tareas en el frente de ataque. «Era un jugador rematador, que destacaba por la facilidad que tenía para hacer goles. Era muy raro encontrar a un futbolista con esa facilidad por aquí, por eso enseguida se interesó por él el Celta y se lo llevó. Repasando estos días los datos, promediaba un gol cada 30 minutos», comentan Javier Lago, que recuerda entre risas que lo mandaba al banquillo por cuestiones de rotación: «Chateo a menudo con él. Estos días viendo los datos nos reíamos porque fue suplente más veces de lo que yo pensaba y lo mismo con Thiago. Y le digo: ‘¡Os tenía en el banquillo y ahora vais a ir al Mundial’. Tratábamos de rotar y que todos participaran y su padre jamás se quejó». El entorno familiar, siempre atento pero lejos del protectorado, fue otra de las claves para que llegase a triunfar.

«Creo que el paso definitivo que ha tenido este año, y que el mérito es de Marcelino, es acercarle denitivamente al área, porque como era un jugador que sabía pasar, puede ir al espacio, se sabe desmarcar, como es solidario en el repliegue y en el juego siempre lo puedes ubicar por fuera, en banda, como segundo punta, pero si lo acercas al área es letal», defiende Fernández Romo, que también mantiene una fluida relación con el jugador. Ahora esperan verle en el Mundial.