
Unzué comenzó a perder el encuentro en el vestuario al situar a Boyé en la banda izquierda del ataque
13 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.No hubo final digno a domicilio. El Celta se inmoló en el Santiago Bernabéu en un partido en el que cometió casi todos los pecados capitales del manual del fútbol. Salió mal en el planteamiento ?por nombres, no por sistema? , en la ejecución, en la intensidad y en las ganas. La tropa de Unzué lleva ya muchas semanas de vacaciones y ni siquiera verse en el coliseo blanco espoleó al equipo, que ofreció una imagen tan ramplona que es casi imposible identificarlo con el que un año atrás emocionó en Old Trafford.

El primer fallo del Celta frente al Real Madrid estuvo en la alineación y llevó el sello de su entrenador. Unzué decidió situar en la banda izquierda a un Lucas Boyé cuyo rendimiento en ataque brilló por su ausencia y que se limitó a defender con la mirada. Un drama. Tanto fue así, que entre Achraf y Bale destrozaron a los célticos a la carrera. La vía de agua de la banda fue tal, que desde el minuto uno Jonny se vio sobrepasado y Sergio vendido. El resto fue ver pasar el partido. Esperar a que el árbitro decretase el final y que el Madrid no hiciese sangre. Lo segundo no sucedió y los célticos regresaron a Vigo con media docena de goles y nada a lo que agarrarse.
Por enésima vez, Unzué construyó su centro del campo con Lobotka en el pivote y con Jozabed como lugarteniente, dejando en el banquillo hasta la segunda mitad a un Tucu Hernández que, por envergadura y por raza, siempre se agradece en la medular. El entrenador navarro fue fiel a sus ideas y el resultado fue una zona de creación sin cuerpo ni consistencia que los blancos sobrepasaron ?ni siquiera necesitaban derribarla? una y otra vez.
Y para rematar el esperpento, el ataque. Ni rastro de él, más allá del penalti no pitado y el remate de Jozabed. Sin Iago Aspas ?cuya participación fue testimonial, como un entrenamiento con público ajeno en los últimos minutos? el Celta no tiene mordiente. Ni olfato. Porque en el Bernabéu la carencia de ideas fue absoluta. Maxi Gómez, sin balones que rematar, intentó cocinárselos él mismo, Boyé fue como el duodécimo jugador blanco, y en la derecha únicamente un par de arrancadas de Hugo Mallo cuando el marcador era 0-0 parecían dar señales de vida. Fue un espejismo.
Del Celta que despachó a los blancos de la Copa del Rey el año pasado, del que plantaba cara y rara vez perdía el espíritu combativo, no queda ni rastro. Lo mejor es que se acaba la temporada.
