Su sobrino Álvaro recuerda la figura del que fue jugador, capitán, ojeador y entrenador del equipo vigués, nacido hace hoy 90 años
20 ago 2018 . Actualizado a las 10:47 h.Pronunciar el nombre de Pepe Villar es hablar de celtismo en la más amplia extensión de la palabra. Desconocido seguramente para las nuevas generaciones celtistas, no pasa lo mismo con quienes siguieron al club entre los años 50 los 90, más de cuatro décadas en las que aquel vigués nacido hace hoy 90 años -y fallecido en el 2007- ejerció de jugador durante once temporadas llegando a ser capitán y, una vez retirado, desempeñó labores de ojeador, técnico de la base y eterno interino del banquillo del primer equipo. «Nunca tuvo aspiraciones de dirigir permanentemente al equipo, lo único que quería era ayudar al Celta desde donde hiciera falta», dice su sobrino Álvaro Moreiras Cordovés.
Para este familiar que hoy tiene 40 años y que tuvo un trato muy cercano con el mito celeste, Villar era «un héroe». «Y eso que no era mucho de ese rollo de sentarse y contando batallitas, pero pasaba mucho tiempo con él, cuando era más mayor quedaba a tomar café con él y algo le sonsacabas», relata. Como por ejemplo, que Di Stéfano era el futbolista más difícil de defender que había tenido delante o que sus partidos preferidos eran los derbis: «Contaba que aquel ambiente tan especial no lo cambiaba por jugar con el Madrid ni con el Barça».
Pero más allá de lo que Villar pudiera verbalizar con palabras, estaban los hechos. Una casa llena de recuerdos celestes o una vida donde jamás hubo otros colores hablan por sí solas. «Tuvo oportunidad de ir a otros clubes y al principio podía tener algo de duda, pero acababa descartando cualquier opción porque quería estar aquí», dice un Álvaro que cree que su tío se hubiera sentido identificado con las palabras de Hugo Mallo hace unos días. «Cuando jugaba de niño en Coia, su sueño también era llegar a defender la camiseta de Celta en Primera. Y estaba encantado de haber podido seguir toda su vida en el club».
Porque nada más retirarse, Villar se integró en el cuerpo técnico del club, para el que nunca le importó trabajar en la sombra. «Cuando trabajaba de ojeador se iba por toda Galicia a ver partidos ya fuera a Pasarón, a Cangas o a donde fuera,veía jugadores y se los traía. Para él el Celta no era una afición ni un simple trabajo, era su vida», subraya Álvaro. Como responsable del equipo juvenil tuvo a sus órdenes a grandes figuras como Manolo o Quique Costas, que llegaron a alcanzar la final del campeonato de España con él al frente.
Como técnico del primer equipo vivió un sinfín de etapas diferentes. Cada vez que destituían a un técnico, ahí estaba Villar para tratar de salvar la papeleta de manera provisional. «Podía tener yo nueve o diez años y recuerdo que empezó a entrenar porque se había ido Maguregui. Recuerdo que llegaba al cole y contaba a todo el mundo cómo habían quedado o quién había marcado. Ver a mi tío dirigiendo a gente como Baltazar era increíble», recuerda. Pepe, por el contrario, siempre se quitaba importancia. «Decía que no era para tanto. Era una persona tímida y le gustaba pasar desapercibido».
Celtista por los cuatro costados mucho más allá del ámbito profesional, Álvaro recuerda ir a su casa después de los partidos en Balaídos y llevarse siempre algún regalo en forma de banderín o bufanda. «Aquello era un museo, tenía una habitación con fotos, cuadros, banderines firmados y hasta camisetas, cuando en esa época no se llevaban los intercambios. Me flipaba estar allí», recuerda. Además, tenía alguna que otra clase particular con él. «Echábamos algunos partidos, dábamos unos toques y me enseñaba a darle con la cabeza o con la rodilla. Lo recuerdo siempre en chándal, él era fútbol», sintetiza.
Álvaro tiene la sensación de que, pese a que su tío fue une persona muy querida y de hecho su entierro fue multitudinario, no se le ha reconocido como merecía. «Es cierto que se le hizo un homenaje en el 94, pero luego a nivel de club, quitando la puerta con su nombre en Balaídos, no se le ha tenido nunca muy presente». Con independencia de eso, su sobrino tiene claro que Pepe Villar consiguió dejar el legado que anhelaba: «Quería ser recordado como un hombre bueno para quien el Celta lo era todo».