Un gol en cada tiempo dan la victoria al Sevilla en un partido en donde los vigueses reincidieron en errores conocidos
07 oct 2018 . Actualizado a las 21:11 h.El Celta camina a pasos agigantados hacia la nada. Pasan los partidos y los vigueses siguen sin encontrar su identidad. El pelotazo continúa siendo el recurso principal para atacar, y en defensa, la renovada apuesta por la línea de cinco sigue sin echar el candado. Como consecuencia, el equipo se va al parón sin conocer el triunfo desde el último receso, con tres empates y dos derrotas de 15 puntos posibles. Y lo peor, emitiendo unos síntomas de autodestrucción que señalan de un modo directo a la figura de Antonio Mohamed en el banquillo. El Sevilla ganó más por los errores de los vigueses que por los aciertos propios. Le bastó con aprovechar el primer desajuste defensivo para marcar antes del descanso, la revisión del VAR para elevar el segundo y la roja exprés (dos amarillas en otros tantos minutos) de Araujo. El gol de Boufal, una obra de arte, solo sirvió para maquillar el resultado. Demasiado poco para un Celta que se diluye en cada partido.
Mohamed no iba de farol. Descubrió sus cartas en la víspera de visitar al Sevilla y replicó a Machín con una línea de cinco defensas, con Cabral como líbero a la antigua usanza, con momentos de marcas individuales y recuperando la presión alta. Y con una medicina muy parecida, los hispalenses no se sintieron cómodos, pero la diferencia estuvo en la pegada. El Celta fabricó las dos más claras e hizo agua en ambas. En la primera, un disparo a bocajarro y demasiado centrado de Pione Sisto y con todo a favor fue desviado por el portero checo Vaclik, y en la segunda, el disparo de Cabral tras una falta botada por Juncà se fue a pocos centímetros del larguero. Y como respuesta, los locales en su primera ocasión clara hicieron diana con un centro de Navas y un remate de cabeza y sin oposición de Sarabia. Y todo por algo tan simple como perder la marca. Nadie del Celta siguió al capitán hispalense.
El tanto local quizás fue el peaje por utilizar en exceso el juego directo buscando a Maxi a base de pelotazos y desconectando a Iago Aspas del partido. Demasiado fácil para la poblada zaga hispalense.
Y como de costumbre, Mohamed activó la misma medicina de siempre en el descanso. Si pierde mete a un delantero, en este caso a Dennis (prescindió de Pione), para alimentar la teoría del doble nueve, un recurso que habitualmente lo único que consigue es rebajar la participación de Maxi en el partido.
Con esta idea el Celta salió el tromba y provocó cuatro córneres consecutivos a favor, aunque para nada, porque a campo abierto todo fueron malas noticias para los vigueses. Para comenzar una doble amarilla a la carrera de Araujo, la primera por participar en una trifulca en el área rival y la segunda por una entrada a Andre Silva, que segundos antes le dio un visible empujón al mexicano que el árbitro pasó por alto. Con diez, el VAR le dio el golpe de gracia a un Celta entonces moribundo. Marcó Ben Yedder en una jugada de tiralíneas a la espalda de la defensa y aunque el árbitro anuló el gol en primera instancia, acabó marcando el saque de centro a instancias de la tecnología.
Lo mejor del Celta, quizás porque el Sevilla se echó atrás buscando el final, fue que con dos goles en contra y un jugador menos, tuvo el balón y arrestos para intentar meterse en el partido. El problema fue que apenas creó oportunidades y cuando Boufal (que entró por Iago en un cambio sin precedentes) se sacó de su chistera un gol antológico, ya era demasiado tarde. De hecho, y aunque quedaban siete minutos, los vigueses no fueron capaces de volver a poner en apuros a Vaclik. Una manifestación más de la impotencia de un Celta que cada día parece más perdido y errático.