25 años de la proeza más dolorosa

Míriam Vázquez Fraga VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

Benito

Sus protagonistas recuerdan la derrota en la final de Copa frente al Zaragoza el 20 de abril de 1994

18 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Para todo celtista que tuviera oportunidad de vivirlo, el 20 de abril de 1994 es una fecha que lleva aparejadas sensaciones encontradas. El orgullo inmenso de alcanzar una final de Copa, pero también la tristeza de perderla. De esos mismos sentimientos hablan algunos de los protagonistas del partido cuando se cumplen 25 años de aquel Celta-Zaragoza disputado en Madrid, en el que los de Txetxu Rojo se habían plantado cuando nadie contaba con ellos. Y una final en la que batallaron hasta el punto de no ceder hasta los penaltis.

Patxi Salinas no tiene dudas: fue «el peor momento» de su carrera deportiva, «más incluso que dejar el fútbol». Confiesa que nunca ha conseguido sacárselo de la cabeza y que le duele cada vez que piensa en lo cerca que estuvieron de dar al Celta su primer título. «Lo recuerdo con cariño y a la vez con tristeza. Fue un mazazo. ¡Le he dado tantas vueltas a lo cerquita que estuvimos!», expresa. Para él la pena pesa más que la satisfacción. «Fue durísimo, porque éramos un equipo humilde y aquella final era impensable. Estuvimos cerca y para mí era entonces o nunca», recalca.

También Vicente Engonga se acuerda primero de la parte negativa cuando se le menciona aquel episodio. «La sensación que se me viene es la de que no fuimos capaces de ganar, que perdimos contra el equipo que luego ganó la Recopa y que podríamos haber sido nosotros», dice con añoranza. Santiago Cañizares valora que «no todos los años se está en finales y es un éxito para todo club», pero no por ello no le supuso una decepción el resultado de aquella. «Nunca te arrepientes de haber estado en una final, pero uno pelea para ganarlas y para nosotros hubiera sido maravilloso conseguir el primer título de la historia del Celta», reflexiona.

El guardameta asume parte de responsabilidad. «Encajé los cinco penaltis porque no estuve bien en esa tanda, alguno podría haber parado. Habíamos pasado otras eliminatorias así y teníamos confianza», apunta. Lo corrobora Patxi, que cree incluso se confiaron: «Fuimos con mentalidad ganadora para traernos la Copa e incluso fuimos mejores que el Zaragoza. Pero teníamos un portero extraordinario y quizá nos dejamos llevar creyendo que en los penaltis les ganaríamos», confiesa.

Pero si hay un nombre que se asocia a esa derrota es el de Alejo Indias. Él erró la pena máxima que costó la final al Celta. «Te duele, pero como profesional tienes que saber que vas a cometer errores y debes estar preparado. Me supo muy mal por la afición», señala. Y recuerda una frase que pronunció entonces Txetxu Rojo: «Dijo: ‘De otro me preocuparía, pero no de Alejo porque carácter y personalidad le sobran’».

Pasados los años, el propio Rojo echa la vista atrás, en su caso con más imágenes positivas que negativas. «Fue una pena que no ganáramos, pero estuvimos metidos en el partido y no faltó mucho. Es como para estar orgullosos, un honor haber estado. Por supuesto que nos hubiera gustado ganar, pero mis recuerdos son bonitos», indica. Y añade que la clave de aquel éxito inesperado de alcanzar aquella cita fue el gran vestuario que había: «Era un equipo fenomenal, no podría destacar a uno sobre el otro. Cada uno tenía sus cualidades, pero todos eran magníficas personas», subraya.

Coincide en esa idea Engonga, que cree que la clave de plantarse ahí, más allá de «saber protegerse bien» en lo estrictamente futbolístico, estuvo en la piña que se había creado. «No diría que ese fue el peor momento porque para mí del Celta ni siquiera es un mal recuerdo cuando estuve lesionado», asegura. Lo explica con que vivió sensaciones que pocas veces experimentó como futbolista. «Al lado de gente como Vicente, Atilano, Patxi, Dadíe o Gil, a la semana me sentía en familia. Fue impresionante». Y por su experiencia, agrega, «siempre que un equipo hace un buen año, es que ha habido una relación maravillosa entre los jugadores. Si alguien no está implicado, nunca se consigue eso».

Incide Cañizares en que eran un equipo «diseñado para lograr la permanencia» y por eso pelear por la Copa era «inesperado» al principio de esa temporada, lo que no quitó para que el desenlace resultara «traumático». Patxi recuerda que hace poco le enseñaron una foto suya con Alejo en la que le abrazaba «como cuando pones la cabeza sobre el pecho de papá». «Recuerdo que lo encontré po el camino al córner cuando íbamos a saludar a la gente y le dije que estuviera orgulloso. Si ganáramos no hubiera ganado Alejo y al perder también perdió todo el equipo».

Le dolieron algunos cánticos que tuvo que escuchar posteriormente -a los pocos días jugaron en Liga en Zaragoza- burlándose de aquel error, igual que a Engonga, que afirma que se hubiera cambiado por él. «Cuando golpeó la pelota ya vi que no. Era nuestro futbolista que tiraba las faltas y si había que pegarle de 30 metros lo escogían a él. Pero estas cosas pasan», zanja.

Entre lo positivo, Engonga se queda con que fueron «la base de lo que vino después con jugagadores como Mazinho, Mostovoi o Karpin». Subraya que ellos no contaba con un jugador como hoy puede ser Iago Aspas, sino que toda su fortaleza partía del colectivo. «Éramos un grupo muy importante, defensivamente éramos muy fuertes, teníamos delanteros muy buenos y trabajadores y mucha calidad. Si faltaba Gudelj, jugaba Salillas; si faltaba Engonga, jugaba Vilanova. Éramos más un grupo que estrellas».

Una afición entregada

Si hay algo que todos destacan de aquella final fue la manera en que se entregó la afición, recibimiento multitudinario incluido tras la derrota. «Teníamos una gran ilusión y también una gran responsabilidad por la euforia que se había generado. Recuerdo aquel Peinador lleno. Fue algo maravilloso, imborrable», dice Cañizares. También Rojo tiene grabado aquel momento como uno de los más especiales de «una etapa preciosa en Vigo».

A Patxi le ha marcado el apoyo que recibieron en el postpartido. «La gente seguía aplaudiendo, coreando nuestros nombres. Cuando pierdes y la Copa se la lleva el contrario vas allí como a pedirles perdón y la gente no paraba de animar. Fue increíble», describe. Tampoco ha olvidado no solo la llegada a Peinador, sino tampoco el siguiente entrenamiento y el siguiente partido. «Después de 120 minutos estábamos como para recibir al Baça... Y la ovación que nos dedicaron fue brutal».

Lo constata Alejo, que agradece que no hubiera un solo reproche ni al equipo ni a él. «El celtismo estuvo a mi lado, entendió que el que lo lanza puede fallar y me arropó al máximo», señala. Engonga también evoca no solo el ambiente en la final, sino en los días previos. «La afición estuvo espectacular en todas las eliminatorias. Queda el mal sabor de boca de no poder corresponder todo ese cariño».

Esa sensación es la que ha hecho mella en Patxi. «Fue una proeza, pero nunca he dejado de pensar en la cantidad de gente a la que podíamos haber hecho feliz ese día. Lo dimos todo, pero no se consiguió. Y siendo así, siempre te quedas con esa sensación de que algo ha faltado». Como tantos celtistas, aún se emociona la recordarlo.