Los jugadores se enfrentaron a una exigente y atípica vuelta al trabajo
12 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Campo de hierba natural del Celta B, mediodía y después de una hora y veinte minutos de entrenamiento del turno correspondiente. «¿Es la última, no?», pregunta un jugador de la primera plantilla a uno de los auxiliares de Óscar García Junyent con voz fatigada. «Sí, pero quedan tres repeticiones», responde. Se refería a tres vueltas al campo como postre y antes de pronunciar «el primero (entrenamiento) en la buchaca».
La pequeña conversación certifica la exigencia de la vuelta al trabajo en A Madroa 59 días después de trabajar en confinamiento. Cada sesión de entrenamiento (de los cinco turnos habilitados) duró poco menos de una hora y media. Un tiempo que comenzaba en la bici estática, el elemento más novedoso en el completo gimnasio que los célticos montaron en el campo de hierba artificial en donde habitualmente juega el juvenil A y en donde una pantalla (montada sobre el marcador) iba indicando los ejercicios y el tiempo de cada uno, así como las repeticiones pertinentes. Y cuando los jugadores descansaban, un operario se encargaba de desinfectar todos los elementos.
Una vez finalizada esta primera fase del entrenamiento, que realizaban los seis integrantes de cada turno al unísono, los jugadores se repartían en grupos de tres para trabajar en los dos campos de hierba natural, cada uno con un miembro del staff que le iba dando indicaciones a cada momento.
En esta segunda parte del entrenamiento se combinó el trabajo físico con el balón, con carreras largas e intensas y con el manejo del esférico con una pequeña pared incluida para poder dar pases ante la imposibilidad de hacerlo con el compañero. La guinda fueron las tres vueltas al recinto de juego.
Esta pauta de trabajo se repitió para los 25 jugadores de campo que se ejercitaron y solo se alteró con los cuatro porteros, que se ejercitaron en turnos de dos (Sergio y Rosic por un lado y Rubén e Iván Villar por el otro) y lo hicieron tras el paso por el gimnasio a las órdenes de Nando Villa, el preparador de porteros, que previamente había participado del trabajo físico en el campo del Celta B.
Todo, en medio de un escrupuloso protocolo seguido al milímetro por el emisario de LaLiga. Unas medidas que comenzaban con la llegada de los jugadores (por dos zonas diferentes cada turno) en coche a excepción de Rosic que entró a pie, con la toma de temperatura a todos ellos y con la obligatoriedad de moverse con mascarillas y guantes entre el vehículo y el campo de entrenamiento. Todos ellos, como era preceptivo, venían cambiados de casa y a la conclusión de su trabajo el club les facilitaba antes de marcharse la comida y la ropa del día siguiente. En principio la plantilla entrenará de un modo continuado hasta el sábado.
Óscar García siguió todos los pasos de la vuelta rodeado de su núcleo más próximo y contó con la visita de Felipe Miñambres.