La operación retorno ilusionó, pero el Celta estuvo lejos de las expectativas
20 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.El Celta ha vivido de un modo permanente confinado en el sótano de la liga. De principio a fin, sin cruzar en ningún momento el umbral del décimo puesto que para Carlos Mouriño parece marcar el signo de las notas de final de curso. Por segundo ejercicio consecutivo el equipo vivió de siempre en la lucha por la supervivencia, basada en esta ocasión en una sucesión de empates ante la alarmante falta de victorias (el segundo peor registro de toda la historia reciente en la élite).
Cuando hace casi un año, el 17 de agosto de 2019, el campeonato echó a andar el Celta soñaba con vivir un año en la zona noble, codearse con los importantes de la liga (lo hicieron en los duelos directos), y sin descartar alguna visita al ático, pero los hechos demostraron lo contrario desde el primer momento. Porque el camino comenzó con derrota ante el Real Madrid, y el techo, que no el piso, celeste fue una efímera visita a la undécima plaza a la conclusión de la tercera jornada (con una victoria y un empate).
El resto del año fue un sin vivir con el descenso en los talones y con alguna visita prolongada a la zona roja (los célticos estuvieron siete jornadas consecutivas en descenso). Salieron de un modo definitivo en la jornada 23 después de la victoria sobre el Sevilla en Balaídos y casi cuatro meses después de la llegada de Óscar García Junyent al banquillo en sustitución de Fran Escribá, el artífice de la salvación del curso pasado con la colaboración estelar de Iago Aspas.
Aspas, Rafinha y Rubén
Este no fue un año de nombres propios. La operación retorno lo acaparó todo durante el verano pasado pero solo Rafinha, y tras un período de adaptación, se mostró como un arma desequilibrante. Porque las lesiones persiguieron a Denis Suárez de principio a fin, Pape nunca logró asentarse en el equipo y Santi Mina fue una especie de Guadiana.
Iago Aspas, aunque en menor media, siguió siendo el nombre más propio del equipo con Murillo y Rubén Blanco como dos jugadores determinantes. La llegada del colombiano en el mercado de invierno cortó, en parte la sangría defensiva, y el portero, ahora lesionado, vivió la temporada de su consolidación.
Un año solventado en la última instancia y que no pasará a la historia por el ámbito deportivo. Será recordando por la pandemia y una liga exprés de once partidos en donde el Celta sufrió lo indecible para renovar su visado en la élite. Lo consiguió en el último segundo y siendo un manojo de nervios.