El Celta le pegó al poste, al muñeco, se la sacaron con un par de manos de escándalo y marcó con una posición ligeramente adelantada. Puso al Barcelona en un brete tras el descanso, en un valiente ejercicio de tuteo. No se puede trapichear con su esmero. Un grande que no solo no lo atropella, si no que acaba angustiado pidiendo la hora. El juego no va de méritos, por eso la crueldad del resultado. Además de las intenciones, en este fútbol moderno que ha derivado hacia el pulso muscular, el talento ayuda en las facturas. En el minuto 36, Pedri bailó a Hugo Mallo, salvó la entrada de Óscar y evitó a Galán con un escorzo. Fueron seis segundos que no vienen en las estadísticas pero revalorizan el juego. Si algo nos sedujo de Gabri Veiga fue su flirteo con lo imprevisible.
El Celta tiene talento, aunque se había quedado acomplejado en el pesaje respecto a la temporada pasada. Destripó a Denis y aceptó 15 kilos por Brais Méndez. Hubo un ministro de esos de las cuentas que cuando le preguntaron si lo de las cajas había sido un saqueo puso gesto socarrón y respondió: «Es el mercado, amigos». A los profanos de los límites salariales y los balances nos quisieron convencer de que lo de Brais había sido una operación imposible de descartar. La Real vendió por 70 kilos a un delantero de diez goles y el Barcelona compró por 55 a una engañifa, pero el Celta llevó el oráculo al mercadillo y le vieron cara de piltrafas. Ahora lo lloramos por televisión y las redes sociales.
El ejercicio del Camp Nou tiene que suponer un golpe de autoestima. Tiene que servirle el envite al Celta, más que para adornarse con una derrota honrosa, para ganar confianza en sus cartas. Hay fútbol para más que para ejercer de milicia. El segundo tiempo fue un catálogo de posibilidades. Ante el Betis y el Barcelona ha dado un paso adelante. Buena paradoja de virtudes y puntos estos dos partidos. Hay quien mantenía que este equipo, pelado de calidad y de recursos, solo era capaz de competirle el resultado a equipos de baja gama. Y esa mentira no es verdad.