Antonio Salado, Íñigo Córdoba y Gaizka Larrazabal, amigos y excompañeros en el Athletic Club, valoran la evolución del central celeste tras un partido especial
01 feb 2023 . Actualizado a las 17:48 h.En el Hospital Universitario de Cruces, en Baracaldo, ingresaron en enero de 1997 Isabel y Lucía, dos conocidas que estaban a punto de dar a luz. Antonio, el hijo de Isabel, nació el 29. Unai, el de Lucía, el 30. «Estábamos llamados a estar juntos. Fuimos al mismo colegio, a las Javerianas —como se conoce en Portugalete al Centro Xabier— y hasta el curso que repetimos, en segundo de Bachillerato, lo repetimos los dos. Ingresamos a la vez en Lezama, en alevines, y somos de la misma cuadrilla de amigos de toda la vida. Es un hermano para mí». Quien habla, Antonio Salado, como Unai Núñez, acabó saliendo del Athletic. La temporada pasada jugó en el Compostela. Esta volvió a casa para competir en el Gernika. El rival que el azar le encomendó al Celta en la segunda ronda de la Copa del Rey. «Imagínate cuando nos tocó enfrentarnos. Nunca me olvidaré de ese partido. Me llevé su camiseta y la de Pablo Durán», recuerda Antonio.
Salado y Núñez hicieron camino juntos en Lezama hasta juveniles. A Unai lo subieron al Baskonia —el tercer equipo del Athletic— y Antonio se quedó. Para entonces, el central del Celta ya tenía compañero fijo de habitación en las concentraciones, Íñigo Córdoba.
«Tiene un TOC para dormir»
«A los dos nos gusta mucho dormir. Aprovechábamos hasta el último segundo. Bajábamos a desayunar y volvíamos a acostarnos tres horas. Unai tiene un TOC (un trastorno obsesivo compulsivo) y es que no puede entrar en la habitación ni un mínimo reflejo de luz, si no es incapaz de descansar. Nos hemos visto muchas veces en hoteles subidos a una silla para intentar cubrir cualquier rendija», dice el ahora futbolista del Fortuna Sittard neerlandés, al que llegó esta temporada desde el Go Ahead Eagles en el que juega cedido Fontán. «Jose se quedó con la casa que tenía yo allí», cuenta.
Córdoba llegó al Athletic en infantiles y fue de la mano con Unai hasta el primer equipo. El destino quiso, además, que debutaran juntos. Fue el 20 de agosto del 2017, con Cuco Ziganda en el banquillo. «Era la primera jornada de Liga, contra el Getafe en San Mamés. Unai y yo habíamos hecho la pretemporada con ellos. Antes del partido, en la habitación, estábamos los dos emocionados: ‘Tío, que vamos a debutar con el Athletic’. Él ya sabía que iba a jugar titular y yo tenía la esperanza de entrar. Lo hice en el minuto 80. Empatamos a cero pero fuimos a celebrarlo juntos como nos merecíamos», recuerda Íñigo.
«Puso el listón muy alto»
«Cuando debutó, Unai puso el listón muy alto. Jugó una barbaridad de partidos como titular y lo convocó la selección absoluta. Generó muchas expectativas y el fútbol no es un camino de rosas», reflexiona Salado, que no olvida el viaje a Udine, en Italia, cuando ganó el Europeo sub-21 con la selección española.
«Vinieron temporadas en las que Unai ya no jugó tanto y no lo ha pasado bien. Ha sido muy complicado para él asumir que era el cuarto central para el míster», señala Antonio. «Al final cuando las cosas van bien sobra gente. Unai es de los que puedes llamar cuando tienes un problema», destaca Córdoba. «A él le pasó lo mismo que a mí. No estaba contando con oportunidades y necesitaba salir. Ahora es feliz y en su última etapa en Bilbao no lo era. Hizo bien en salir de Lezama», prosigue. Íñigo fue el que le presentó a Unai a Gaizka Larrazabal, ahora futbolista del Zaragoza e hijo del legendario Aitor —curiosamente, hoy técnico de Salado en el Gernika— cuando llegó al primer equipo del Athletic.
«Quedábamos mucho los tres. Unai es un tío extrovertido, gracioso, que le gusta estar de risas y por eso conectamos tan bien. Tenemos una personalidad parecida», cuenta Gaizka. «Yo fui una de las personas que le insistió en que cambiara de aires porque no estaba a gusto. Lezama es una burbuja. Para los jugadores vascos, estar en el Athletic es una maravilla, un sueño cumplido. Cuando es lo único que has mamado desde pequeño, no ves más allá. Luego sales y te das cuenta de que hay vida fuera. A él le ha venido muy bien. Tuvo problemillas, pero ahora vuelve a disfrutar del fútbol», dice Larrazabal.
«Lo que necesitaba es lo que le está transmitiendo el Celta, la confianza. Le costó muchísimo dar el paso de dejar el Athletic, pero le ha venido de maravilla el cambio. La familia de su padre es gallega y le ha tocado estar cerca de allí. Después de jugar en Santiago, le recomendé que fuera a Vigo, que iba a estar muy a gusto. El estilo de vida se parece mucho al nuestro», revela Salado. «Tenemos un local juntos en Bilbao preparado para ver el fútbol y juntarnos los amigos, que es lo que más nos gusta. Echamos de menos a Unai», añade.
«Mejoró en la salida de balón»
Sus amigos le ven progresión en el Celta. «Se complementa muy bien con Aidoo. Unai es un central muy poderoso en el juego aéreo, rápido, y va bien al corte. Ha mejorado mucho en la salida de balón, que no era su punto fuerte», desgrana Íñigo. «Me está sorprendiendo mucho jugando como central zurdo, que es su pierna menos dominante y resulta más complicado. Eso le abre todavía más puertas. Lo que más me gusta de él es la contundencia. Casi siempre sale ganador de las disputas», señala Salado. «Él sigue creciendo y el Celta irá hacia arriba», completa Larrazabal. Los números defensivos con Carvalhal han mejorado notablemente. En los últimos seis partidos de Liga, solo tres goles en contra.
El pasado domingo no fue un día cualquiera para Unai. Por primera vez, se midió al equipo de su vida. «He intentado no pensarlo mucho porque sabía que en Bilbao iban a mirar si lo hacía bien, si lo hacía mal, si le pegaba un gorrazo a un excompañero… Tengo que pensar en el Celta, me debo al Celta. Hay que salir de la situación en la que estamos», contó en los micrófonos de Radio Popular de Bilbao. «El futuro ya se verá», respondió sobre la opción de compra que el Athletic Club puede reclamar al Celta en verano. «Necesitaba volver a sentirme futbolista y aquí lo he conseguido».