Alexander Sánchez, su mujer y sus tres hijos se mudaron a Vigo desde Logroño dejando todo atrás por su pasión celeste y, pese a las dificultades, son felices en su nueva vida
23 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Alexander Sánchez, su mujer y sus tres hijos -Alison, Ariadna y Tupac- comenzaron hace poco más de un año una nueva vida. «Somos una familia muy del Celta», proclama él antes de contar unas vivencias que lo dejan patente. Nacido en Vitoria, su familia paterna es gallega, de Palas de Rei y Lalín, mientras la materna es de Guinea. Pero en lo futbolístico, el club vigués se convirtió en su pasión desde muy temprana edad. Y desembocó en que, junto a su familia, decidiera empezar de cero en Vigo.
La existencia de este aficionado giraba en torno al Celta ya siendo muy niño. «En el colegio estaba todo el día dibujando el escudo y haciendo alineaciones. Fuera de él, jugaba a fútbol y siempre celebraba los goles como los jugadores del Celta», en especial, como Catanha, rememora. Rodeado de amigos del Alavés y familiares de Madrid, Barcelona o incluso Deportivo, a él le tiraba el celeste. «Cada vez que el Celta venía a Mendizorrotza, Anoeta, San Mamés, al Sadar o a Ipurúa siempre íbamos. Alguna escapada a Pucela también hubo. Y no fallamos en Lleida, en el primer ascenso que me tocó vivir, ya que nací en el 92», añade.
No tardó en transmitir su amor por el club a su pareja, Alicia. «Es de Bolivia y no era de ningún equipo español, pero viendo mi devoción por el Celta, y yendo a los partidos conmigo y estar cerca de los jugadores, se fue aficionando poco a poco y hoy vive los partidos como una celtista de cuna más», revela. Hasta el punto de que acabó dejando de lado al equipo del que se consideraba aficionada hasta entonces, Oriente Petrolero. «Nunca llegó a sentir lo que siente por el Celta a pesar de que iba al estadio a todos los partidos».
Con una vida familiar estable y cómoda en Logroño, Álex siempre había tenido el sueño de vivir en Vigo y también se lo fue contagiando a su compañera. «Nos faltaba algo. El Celta era tan importante en nuestras vidas que estar tan lejos de él no nos dejaba alcanzar la felicidad completa por mucho que estuviésemos bien económicamente», profundiza.
El 28 de mayo del año pasado fue un punto de inflexión. «Me tocó vivir el Cádiz 1-0 Celta trabajando en el bar ´donde estaba empleado en ese momento-. Cuando perdimos y vi los otros resultados, veía imposible salvarnos. El martes siguiente decidimos juntos a mi padre ir a Balaídos a apoyar el Celta ante todo un campeón de liga como el Barcelona, aunque nos veíamos en Segunda, pensábamos que debíamos estar ahí dando todo de nosotros».
Aquel fue su primer partido en Balaídos a los 31 años, pues siempre viajaba a Vigo en verano y se tenía que conformar con entrenamientos -uno de ellos, en 1997, llegando a jugar en el césped con Rafinha y Thiago Alcántara, cuenta-. Se plantaron en Vigo y primero acudieron al partido del -entonces- Celta B frente al Eldense. «Desde ese momento hasta que nos vinimos el lunes, fue tan mágico lo que vivimos, tanto del Celta como en Vigo, que dijimos los cinco que teníamos que vivir aquí, porque creíamos que era lo único que nos faltaba para alcanzar esa felicidad completa que perseguíamos, tras años planeándolo, pero sin lanzarnos», admite.
En aquel verano del 2023 comenzaron a organizar la mudanza, con todo lo que eso conlleva con tres niños de corta edad y disponiéndose a comenzar una vida desde cero. Pero lo vivido en este tiempo ha estado lejos de ser un camino de rosas. Empezando porque llegaron con un alquiler apalabrado que falló una vez que estuvieron aquí. Era solo el principio de una odisea para encontrar un techo, porque no fue la única persona que les dejó tirados ni el único contratiempo que se encontraron. De hecho, aún no es una cuestión resuelta a día de hoy.
Alexander recalca que, pese a todo lo que han pasado, nunca han dudado de que les merece la pena la elección que hicieron en su día. «Somos muy felices todos en Vigo, tanto en la ciudad como con la mayoría de la gente que se ha cruzado en nuestro camino. Y no hay nada que pague ir a Balaídos a ver al Celta. La ilusión con la que siempre tras cada partido esperan mis hijas a que salgan los jugadores para chocarles la mano y darles la enhorabuena si ganan o ánimos si no lo hacen», señala el padre de la familia.
Pese a todas las dificultades, dice, nunca han pensado que estarían mejor en otro lugar. «El Celta nos llena esa parte que sentíamos vacía cuando en Logroño teníamos esa estabilidad laboral, esa vivienda tan bonita que teníamos, nuestros amigos, familia etc.», plantea. Y termina con una reflexión que contradice el dicho popular: «Se suele decir que el Celta es lo más importante de lo menos importante, pero al menos en nuestro caso, no lo metemos en lo menos importante, ya que estando lejos, lo hemos echado en falta más que incluso a familiares que tenemos lejos también».