
Once meses después de asumir el banquillo del Celta, Claudio Giráldez repasa su vida, su salto desde el filial y, como técnico, pone el acento en la gestión
07 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Claudio Giráldez enseñó su cara más personal. Desde el niño que se marchó a Madrid a probar fortuna en el mundo del fútbol hasta el hombre que compaginaba su trabajo de vendedor de seguros o que buscaba becarios para enviar a Estados Unidos con el de entrenador en el fútbol base. También el Giráldez que ejercía de coordinador del fútbol base en O Porriño y buscaba dinero debajo de la para que los niños del pueblo pudieran disfrutar de su pasión.
Todo aquello hizo que el hoy entrenador del Celta no tenga ningún modelo de técnico a seguir, sino que él quiere llegar al fin del mundo desarrollando su idea. Eso sí, le encantaría irse de cañas con Guardiola, quien le encandiló en una conversación que ambos tuvieron, o con Luis Enrique, «un tipo muy simpático» con quien coincidió en la época del asturiano en el club vigués. Lo comentó en una sesión del programa «Más que cañas» del Círculo de Empresarios de Galicia en Vigo.
En sus tiempos del fútbol base, el porriñés siempre tuvo una máxima: relacionarse lo menos posible con los padres, pero con los que trató, tuvo la suerte que la mayoría no pensaban que tenía a Messi en casa, algo habitual. No fueron muchos los que le pidieron explicaciones de por qué no jugaban sus niños. En este sentido, Claudio Giráldez le recordó al auditorio empresarial que «solo el 1% de los jugadores de categorías inferiores de un equipo de Primera División llegan arriba» y, por eso, lo primero que debe hacer un joven es estudiar y, luego, jugar al fútbol. Aprovechó para meter una cuña a favor de los entrenadores de A Madroa: «Hay muy buena gente».
También apuntó que, además de tener condiciones, lo más importante para triunfar es la «seguridad mental», porque a un futbolista lo van a «juzgar desde todos los lados». El primero, el entrenador.

El difícil aterrizaje en el B
A nivel personal, Claudio se ha sentido preparado para ir subiendo peldaño a peldaño hasta llegar al primer equipo. En el caso del Celta, recibió una llamada un martes por la tarde y el miércoles por la mañana estaba entrenando, pero puntualiza que sufrió más para gestionar el vestuario del Celta B en su primer año que el de un Celta con el descenso en los talones a falta de diez jornadas. «Fue más difícil la gestión del primer año del filial que del primer equipo. En aquel Celta B había jugadores que se estaban despidiendo de su etapa de filial y se iban a Segunda o Segunda B y otros jóvenes que venían de juveniles y estaban empezando. Fue una situación complicada», reconoce.
Lágrimas en el primer equipo
En el primer equipo dejó claro el primer día para qué llegaba y enseguida encontró respuesta: a los 30 segundos de la primera charla y al minuto del partido de Sevilla. Recuerda que cuando comenzó a hablar con los jugadores de un modo individual, más de uno comenzó a llorar al hablarle de sus problemas. Unas lágrimas que se repiten a día de hoy cuando llegan al vestuario después de una derrota. «Sienten mucho al Celta y he visto gente llorar después de una derrota», cuenta. El entrenador también desveló que esta temporada «los capitales pidieron subir las multas». Un minuto de retraso son 200 euros.

Ni a otra liga ni a otro equipo
En el acto, quizás el primero de Claudio lejos del ámbito balompédico, le preguntaron si contempla cambiar de equipo, ir a otra liga o incluso ser seleccionador, pero a día de hoy, solo piensa en seguir mucho tiempo en el Celta y en crecer con el equipo de su vida. «Me gusta mucho la liga, nunca me planteé salir a jugar al extranjero y no pienso en entrenar a ningún otro equipo, tampoco a una selección», indicó.
Porque está convencido que el proyecto del Celta tiene mucho futuro, que va de la mano con el club en todas las decisiones, marcando un camino propio, sin copiar otros modelos, y porque se declara un hombre feliz y ambicioso, que le da todas las vueltas del mundo para tomar una decisión porque considera que «el fútbol es una partida de ajedrez». Admitiendo que, como todos, también se «equivoca».
En esa toma de decisiones, no esconde el porriñés que se apoya en los datos que le llegan, pero sigue priorizando las relaciones humanas. «Con los datos que recibimos de cada entrenamiento, podríamos estar tres días sin dormir, pero se trata de minimizar ese aluvión de datos. Usamos los datos, pero hay cosas más importantes», comenta el preparador celeste, que le da mucha más importancia a las charlas con los jugadores y a las sensaciones.