José Castro Barreiro nació poco más de un mes antes que el club de sus amores, al que se abonó tras jubilarse del mar; con diez años se subía a los árboles de Balaídos para seguir los partidos del equipo
23 ago 2016 . Actualizado a las 12:58 h.93 años son los que cumple hoy el Celta -fecha oficial en la que el club festeja el aniversario- y ese mismo número de velas fue el que sopló el pasado 16 de julio José Castro Barreiro. Socio número 1.005 del club, se abonó al jubilarse, tras años embarcado siguiendo al equipo mediante la radio de su camarote cuando el temporal lo permitía. Pero sus recuerdos celestes empiezan mucho antes. Por algo puede presumir de ser uno de esos celtistas que han sido testigos de la historia del club en su integridad.
«Cuando empecé a ir al Celta tendría doce años o así, antes de la Guerra Civil», recuerda. En su caso no podía venirle de familia como sucede hoy en día. Su celtismo surgió de manera espontánea. «Salió de mí mismo. Me encantaba el fútbol e iba siempre que podía», dice. Incluso confiesa que se «subía a los árboles para poder ver los partidos, iba temprano para asegurar el sitio», y subraya que se disputaban en un campo «malísimo». «Siempre estaba encharcado y venían los bomberos. Más de una vez tenían que suspender el partido porque no se veían las líneas de las áreas. También había vigilancia a caballo».
En los primeros años, que aseguran recordar como si fuera ayer, las entradas valían dos pesetas. Hay una anécdota que ha hecho que nunca se le olvide aquel precio. «No era como ahora, que abren el campo mucho tiempo antes. Lo habrían a última hora y la gente entraba a empujones», rememora. Una tarde él había metido la cantidad exacta en el bolsillo, pero cuando fue a pagar no le llegaba. «Con los empujones había perdido 50 céntimos y ya no podía entrar. ¡Aquello entonces era mucho dinero!».
Si se le pregunta por jugadores que le han marcado, empieza y no acaba. «Me acuerdo de Nolete, que una vez rompió la red del cañonazo que tenía», comenta. Y recuerda que luego el exfutbolista fue alcalde de Baiona y recibió la visita de Franco. «Al parecer al Generalísimo le habían hablado de aquello y le preguntó si todavía seguía rompiendo redes», relata divertido. Pero la lista sigue: «Hermidita, de Gondomar, era muy bueno, y Nilo fue un gran portero. Me acuerdo de Agustín y de Alvarito, al que llamaban King Kong; pero no le gustaba y un día acabó expulsado por dar unas bofetadas a un aficionado que le había llamado así».
No se olvida tampoco de Del Pino, «un delantero canario al que le faltaba el pelo, salía con la gorra y marcaba un montón de goles de cabeza», O de Roig, que «era pequeño y corría muchísimo por la banda; una vez le preguntaron cómo hacía para correr tanto y dijo que iba en bicicleta». Otro que llamó su atención fue Alberty, el primer extranjero que defendió la celeste. «Era húngaro, muy bueno. Pero alguna vez le cayeron algunas cabezas de ajo y las almohadillas que ahora ya no hay. La gente ya entonces era algo gamberra», cuenta divertido.
Su celtismo lo ha heredado sobre todo su hija Elisa. Pero mientras pudo lo compartió sobre todo con su mujer, también llamada Elisa, fallecida hace once años. «Ella era muy celtista, mucho. Una vez llegamos a Balaídos y nos sentamos detrás de unas señoras mayores. Cada vez que no entraba el balón mi mujer daba unos gritos tremendos. En una de estas le dije: ‘¡Cómo gritas!’. Y ella respondió: ‘¡Señor, grito lo que me da la gana!’. Pues las señoras le dijeron: ‘Muy bien, muy bien, así se habla!’. No se dieron cuenta de que éramos matimonio».
Admite que cuando toca encajar una derrota «se pasa mal, porque a nadie le gusta que pierda su equipo». En el polo opuesto, las victorias tienen un sabor muy dulce. Y unas más que otras. «Los partidos más especiales que recuerdo son contra el Coruña. Alguna vez venían con cohetes y bandas de música y acababan perdiendo. Alguno venía con cáscaras de marisco y las echaba por Príncipe. Los cogieron y los metieron en la cárcel. Al día siguiente los ponían a barrer la calle por gamberros!».
Asegura José -abonado de Gol- que desde que pudo hacerse socio no pensó en darse de baja «nunca en la vida». Ahora ya no va a Balaídos, pero tampoco pierde de vista los partidos por la tele ni la actualidad a través de la prensa. «Cómo te diría lo que es para mí el Celta... ¡No tengo palabras para decirlo! Lo llevo muy dentro de mí desde niño, fue una afición que me entró y se quedó para siempre». Durante 93 años... de momento. Y los que le dejen.