Este jueves se cumplen 117 años del nacimiento del hombre que cambió para siempre nuestra manera de comunicarnos por escrito
29 sep 2016 . Actualizado a las 19:37 h.Ladislao José Biro se cansó de mancharse la camisa y las manos de tinta; se hartó de que el cartucho de su pluma se secase siempre en el momento más inoportuno; de que, al llegar a la redacción del modesto periódico en el que trabajaba, sus notas no fuesen más que una sucesión de borrones, imposibles de descifrar. Y entonces inventó el bolígrafo.
Ladislao José Biro fue una de esas personas capaces de encontrar soluciones ante cualquier dificultad. Lo llevaba en los genes. Cuenta su hija Mariana que cuando nació era tan pequeño que los médicos le dijeron a su madre que no iba a sobrevivir. Pero su abuela forró una caja de zapatos con algódon, puso al bebé dentro y usó una lámpara para calentarlo... «De esta manera creo que inventó la incubadora».
Ladislao José Biro nunca más se rindió. Estudió biología, filosofía y latín. Empezó también la carrera de medicina, que acabó dejando; se dedicó una temporada a la escultura y a la pintura, al hipnotismo; vendió coches, se hizo corredor de bolsa y, finalmente, se asentó como editor de un pequeño rotativo en su Hungría natal. Corrían los años 30, época de entreguerras. Pero a Biro, de origen judío, lo que más le preocupaba entonces no era el rearme del viejo continente para un conflicto aún más destructor que el de 1914, sino las manchas que le dejaba su estilográfica en su bloc de notas, haciendo ilegibles todos sus apuntes. Decidió que tenía que hacer algo al respecto. Y un día, en plena calle, observando a unos niños jugar a las canicas, dio con la solución a todos sus males.
Ladislao José Biro se fijó en que, al cruzar rodando los charcos, las bolitas dejaban un reguero de agua. De la misma manera, pensó, una pequeña pieza cilíndrica (en lugar de una pluma de metal) colocada en la punta del instrumento de escritura liberaría la cantidad adecuada de tinta para no emborronar el papel. Su idea, al principio, no fue bien recibida. «Biro, usted está loco. El problema de la escritura ya está resuelto», le decían. Pero perseveró. Ya en 1936 había inventado el principio del sistema electromagnético aplicado en el tren bala japonés 50 años más tarde. En una ocasión, le preguntaron por qué gastaba tanto dinero y empeño patentando proyectos si no pensaba sacarlos adelante ni mucho menos venderlos. Él simplemente contestó que el mundo, en aquel entonces, no estaba preparado para ellos.
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Ladislao José Biro se plantó en la oficina de patentes húngara en 1938 y registró un rudimentario prototipo cilíndrico y alargado, con una esfera giratoria en uno de sus extremos que dejaba, al rodar, el ansiado rastro de tinta. No llegó a comercializarse, solo él lo utilizaba. Y entonces, un buen día, mientras garabateaba un mensaje en la recepción de un hotel yugoslavo -donde había recalado como enviado especial de su rotativo-, un hombre, a su lado, reparó en el singular instrumento que bailaba entre sus dedos índice, pulgar y corazón. Era ingeniero. Fascinado ante tal invento, le propuso hacer las maletas, dejar una Europa que, en pleno conflicto, incubaba una peligrosa fobia a los judíos, y acompañarle a Buenos Aires.
Ladislao José Biro huyó primero a París y en 1940 se acordó de la oferta de aquel hombre bajito, que se llamaba Justo y que no era otro que el expresidente argentino. Cruzó el Atlántico con su hermano y su amigo Juan Jorge Meyne, y un año más tarde llegaron su esposa y su hija. Desde entonces la capital del tango y del mate se convirtió en su patria, en su primer hogar. Fundó la compañía Biro-Meyne-Biro y, como ha pasado con muchos grandes inventos del siglo XX, creó su primer bolígrafo oficial en un garaje.
El bolígrafo de Ladislao José Biro es hoy uno de los bastiones del mundo analógico, un objeto de lo más común que se vende a una velocidad de 57 unidades por segundo. Pero entonces aquel primer pequeño utensilio de escritura, bautizado como «birome» en honor a sus creadores -los dos hermanos Biro y Meyne-, revolucionó el mundo. No fue sencillo. El primer intento manchaba, se desangraba poco a poco. Llegó incluso a ofertarse junto a un vale gratuito para la tintorería. Después, los libreros consideraron que esos «lapicitos de tinta» eran demasiado baratos y se les ocurrió venderlos como juguetes para niños. En 1944, la patente pasó de manos argentinas a norteamericanas, y seis años más tarde, se convirtió en propiedad italiana. Se hizo con ella el emprendedor Marcel Bich, dio con el grosor perfecto de tinta para evitar atascos e incómodos goteos, y le dio su nombre al reformulado y mejorado artilugio. Nacía el primer Bic de la historia.
Ladislao José Biro tuvo que asistir a cómo su sociedad fue haciendo aguas poco a poco. Si la falta de apoyo económico contribuyó a su caída en desgracia, su tozudo empeño creador la aceleró. Porque del húngaro es también mérito la invención de los botes de perfume con el mismo método del bolígrafo -procedimiento que evolucionó hasta los desodorantes de bola-, de un dispositivo para obtener energía de las olas del mar o del mecanismo de los bolis rectráctiles -los de clic, los que se esconde la punta-. Porque Ladislao José Biro cambió la forma de plasmar información e ideas sobre un papel, pero hizo mucho más que eso. Dejó a su paso un rosario de ingenios, algunos más útiles y con más recorrido que otros, y un mecanismo al que el paso de los años se encargó de otorgarle usos varios, paralelos a su función natural. Lo que nunca supo aquel judío, ávido de novedades, es que el bolígrafo es hoy uno de los grandes amigos del hombre. Y esto es todo lo que, además de anotar, se puede hacer con él:
-Dibujar. De la técnica de pintar con la esferográfica de Ladislao José Biro dan fe no pocos artistas, devotos de su minúscula bola de acero y su tinta a base de manteca de cacao, que permite, mantienen los expertos, un trazo indeleble y permanente, similar al del óleo. Nuria Riaza, Juan Francisco Casas o Ray Cicin son algunos ejemplos.
-Hacer chuletas. No es un secreto que, entre los métodos más recurridos para copiar en los exámenes, el del bolígrafo Bic es de los más eficaces. La técnica basada en el invento de Ladislao José Biro se utiliza, sobre todo, para anotar datos escuetos, como fórmulas matemáticas. La idea es grabarlas con la punta del compás en la superficie de plástico de un boli tipo Bic, lo que, a simple vista, pasa completamente desapercibido. En caso de necesitar más información, lo habitual es escribirla en una chuleta de toda la vida, enrollarla e introducirla entre la carcasa y el cañón de tinta.
-Manualidades y artilugios caseros. Al más puro estilo Bricomanía, hay quienes han exprimido sus neuronas para indagar en los usos alternativos del bolígrafo. Así, con un poco de maña, la herramienta que Ladislao José Biro ideó para coger apuntes sin mancharse las manos puede llegar a convertirse en una minitirachinas-bolígrafo de bolsillo, un compás rudimentario, un trípode, una miniballesta o un lápiz táctil para el smartphone, una miniballesta.