Los buzos concluyeron ayer con éxito la primera etapa de la operación de rescate del submarino nuclear ruso Kursk, al perforar en su casco los 26 agujeros por los que será enganchado para izarlo a la superficie. En una carrera contrarreloj, interrumpida la semana pasada casi a diario por los fuertes temporales, los buzos lograron recuperar parte del retraso que sufrían los preparativos para la fase final: el reflote del Kursk, anunciado para mediados de septiembre. Trabajando por turnos 24 horas al día, salvo cuando la marejada impedía las inmersiones, los buzos abrieron la última de las 26 ventanas tecnológicas a las que se fijarán los cables con los que el sumergible será izado a la superficie. La Armada y las empresas contratadas para el reflote del Kursk, hundido hace un año en el mar de Barents con 118 marinos, se apuntaron otro tanto. La barcaza Carrier, que trae desde Noruega una sofisticada sierra hidráulica que servirá para cortar la proa del submarino antes de proceder a izarlo llegó ayer a la zona del naufragio, un día antes de lo previsto. La separación de la proa obedece a motivos de seguridad, ya que el mando naval ruso cree que aún puede haber torpedos sin detonar. Operación con riesgo Antes de ser remolcado a puerto, dos pontones se situarán a cada lado de la plataforma para estabilizarla y llevar el Kursk a tierra sin riesgo para sus dos reactores nucleares y para los 24 misiles Granit. La extracción y levantamiento de estos misiles supondrá una de las etapas más delicadas de la operación de reflote, «no exenta de riesgo», según admitieron altos cargos civiles y militares rusos.