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Tratado de Roma, el germen de la Unión

Redacción digital

INTERNACIONAL

En el 1957, seis países del Viejo Continente firmaron el primer texto de unión europea con un eminente carácter económico.

06 jul 2007 . Actualizado a las 19:05 h.

El Tratado de Roma puso el primer cimiento, hace 50 años, de la creación de una unión europea, sueño de algunos políticos del Viejo Continente, conscientes de la necesidad de lograr el entendimiento entre sus naciones y que nació con un eminente carácter económico. Doce años después de la II Guerra Mundial, Europa había intentado dejar atrás sus amargos recuerdos, soplaban vientos de guerra fría y el continente vivía una época de fuerte expansión económica. Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo fueron los pioneros que, el lunes 25 de marzo de 1957, firmaron en Roma el Tratado por el que se creaba la Comunidad Económica Europea (CEE). El Tratado de Roma lleva las firmas del canciller alemán Konrad Adenauer, el primer ministro italiano Antonio Segni, y los ministros francés Christian Pienau; holandés Joseph Luns; belga Paul Henri Spaak, y el luxemburgués Joseph Bech. Los firmantes expresaron en el texto, su resolución «a sentar las bases de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos», dejando así espacio para una unión más allá de los motivos económicos. Ese día, los mismos países firmaron también el Tratado por el que se creó la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom), ratificados ambos por los parlamentos a lo largo del año 1957 y que entraron en vigor el 1 de enero de 1958. El Tratado de Roma preveía la creación de un mercado común, de una unión aduanera y de políticas comunes, con la enumeración de las acciones que la nueva Comunidad debía emprender para cumplir su mandato. Con la creación de la CEE y del mercado común se pretendía la transformación de las condiciones económicas de los intercambios y la producción en el territorio de la Comunidad pero, era además una contribución a la construcción de una Europa política y un paso hacia una unificación más amplia. La construcción de esa nueva idea de Europa tuvo un precedente en 1951, cuando el mismo grupo de países formó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y también un revés, al fracasar la idea gala de crear una Comunidad Europea de Defensa (CED), debido a que la propia Asamblea Nacional francesa rechazó su ratificación en 1954. Los grandes promotores de la nueva iniciativa fueron los ministros Spaak, Haslltein, y el italiano Gaetano Martino, sin olvidar la importancia que tuvo en el proyecto las ideas del estadista Jean Monnet, para quien: «hacer Europa es hacer la paz». La traumática experiencia de la Segunda Guerra Mundial fue fraguando en la mente de algunos hombres europeos la necesidad de diseñar algún tipo de integración, que pudiese desembocar en el sueño de hacer de Europa una unidad política. Varias ideas había detrás de ese convencimiento, desde la necesidad de evitar un nuevo enfrentamiento europeo, que volviese a salpicar a gran parte del mundo, hasta la conciencia del nacimiento de dos grandes potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero nadie podía imaginar en aquel momento una unión política de Europa, como se vio con el fracaso de la CED, por lo que parecía que la integración económica era, sino la única vía, al menos la más factible. De ahí el avance gradual en un proceso de integración que abarcara primero sectores económicos y fuera creando instituciones supranacionales, con una cesión gradual de algunas competencias de los Estados. En su nacimiento, la Comunidad Económica Europea reunía a más de 160 millones de personas y tenía un poder industrial considerado uno de los más altos del mundo. El impulso final al Tratado lo dio, en 1955, la Conferencia de Messina, en la que los seis países señalaron que había «que proseguir el establecimiento de una Europa unida mediante el desarrollo de instituciones comunes, la fusión progresiva de las economías nacionales, la creación de un mercado común y la armonización progresiva de las políticas sociales». Un diario español de la época cifró en siete minutos el tiempo que duró la firma del Tratado de Roma, el inicio de un largo y a veces complicado camino hasta la Unión Europea de hoy.