La azafata pasó inadvertida en el vuelo hasta que una compañera la reconoció

E. M. / J. B.

INTERNACIONAL

06 nov 2007 . Actualizado a las 02:00 h.

Nadie se había percatado que en el vuelo JKK (Spanair) 6063, procedente de Madrid con destino A Coruña viajaba Carolina Jean López. En los asientos 25A y 25B de la clase turista ella y su novio pasaban inadvertidos. También lo hacían sus padres, Alfredo López y Patricia Jean Mills, así como su hermana Sandra López, situados, lejos, en la parte posterior del avión.

Sin embargo, poco tiempo antes de llegar a Alvedro, una de las azafatas se detuvo. «¿No eres tú Carolina?». Lo era. La azafata se llevó a la pareja al office y, al aterrizar, salió el comandante de la nave para saludarlos. Con la intención de evitar un revuelo, se prohibió tomar fotografías dentro del avión.

Una vez llegados a Alvedro, continuó la estrategia divisoria. El padre, para despistar, se quitó la gorra y las gafas de sol con las que se le pudo ver en la prensa durante estos días, y se sentó cerca de la cinta de recogida de maletas. Al rato, apareció la madre y la hermana. El padre habló con los miembros de Aena para intentar salir por una puerta por la que pudiera esquivar a los periodistas que los esperaban. No sirvió. Unos minutos después Carolina cruzaba sonriente la puerta de llegadas.

«Por favor, estoy muy cansada y quiero llegar a casa». Fueron sus primeras palabras. Pese a todo, fue amable en todo momento. Al término, su novio se hizo paso y le abrió la puerta de un taxi de A Coruña, agradeciendo el trato recibido. Los padres, salieron poco después, despistando y cogiendo otro taxi, este de Oleiros.

Fin de una pesadilla

En la calle Sol, de San Pedro de Nós, llegaba el vehículo con Carolina y su novio en torno a las 15.45. Sin perder la cortesía, afirmaba estar desbordada por todo lo ocurrido. Se le notaba contenta, con una risa nerviosa que transmitía en la sensación de que, una vez cerrada la puerta de sus domicilio, finalizaría esta pesadilla. Tuvo que esperar todavía un rato: no se había llevado al Chad las llaves de su casa paterna y hasta que llegaron sus padres no pudo entrar. El ruido de la puerta sonaba a fin.

En su antiguo centro de estudios, Air Hostess, ayer no se hablaba de otra cosa que de su liberación.