Las manifestaciones contra Pekín ilustran la creciente capacidad de presión de los exiliados tibetanos. La lucha pro Tíbet ha logrado infiltrarse en diferentes niveles, en institutos, universidades, grupos de defensa de los derechos humanos y de la libertad de prensa, así como en el corazón del poder, en sectores adinerados y celebridades de Hollywood, entre ellos el actor Richard Gere.
Pero obtener el apoyo de poderosos movimientos de la sociedad civil, hoy en día al frente de las manifestaciones que buscan entorpecer el paso de la llama olímpica, es percibido como el mayor éxito en la lucha contra la dominación china en el Tíbet. «Esto muestra el poder de los movimientos internacionales de la sociedad civil, que China no tomó en cuenta cuando se postuló para los Juegos», comentó Malik Mohan, analista del Asia-Pacific Center for Security Studies.
Los exiliados tibetanos forman una pequeña comunidad, estimada en unas 200.000 personas, sobre todo en Nepal y la India, donde vive el Dalái Lama, su jefe espiritual. Pero muchos de ellos están involucrados con redes internacionales que hacen presión por una autonomía real, e incluso la independencia del Tíbet.
El Dalái Lama, por un tiempo evitado por la Casa Blanca, es recibido ahora con los brazos abiertos en EE.?UU., donde el año pasado recibió la medalla del Congreso, la más alta distinción civil que concede el poder legislativo. A juicio de T. Kumar, de Amnistía Internacional, la represión en el Tíbet fue lo que empujó a los exiliados a jugar un papel primordial en la campaña mundial que denuncia el «triste» balance de Pekín en derechos humanos. «La represión fue la chispa», agregó.