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Entre el aniversario de la Revolución y las jineteras que inundan La Habana

J.?O.

INTERNACIONAL

17 ene 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Desde el amplio ventanal del Delirio Habanero, la discoteca de moda en la capital cubana, hay una magnífica vista de la plaza de la Revolución. Se ve el colosal monumento a José Martí, a cuyo pie se sitúa la tribuna desde la que Fidel solía dar sus larguísimos discursos, frente a la inmensa imagen iluminada del Ché Guevara. En el otro extremo de la plaza, las luces encendidas de varios despachos del Ministerio de las Fuerzas Armadas dibujan el número mágico: 50.

Es 1 de enero, y hace solo unas horas que los cubanos celebran con entusiasmo contenido el medio siglo transcurrido desde el triunfo de la revolución guerrillera. Es una pura casualidad, pero los dígitos iluminados del ministerio corresponden también a la cantidad que cobran por un revolcón, en pesos convertibles, las decenas de jineteras -prostitutas- que pululan esta noche por el Delirio Habanero.

«¡Ay, chico!, ¿para qué hablar de política?», se queja Jenny, una meretriz de diecinueve años, cuando se le pregunta por la situación de la isla. Es de Pinar del Río, a 160 kilómetros al oeste de La Habana, y lleva poco más de un año jineteando en la capital. «No se me da mal, puedo vivir bien y pagarme todos los caprichos», dice.

En Cuba hay dos monedas. Los pesos nacionales, que no pueden cambiarse por ninguna otra divisa y que apenas sirven para adquirir bienes y servicios de primera necesidad, y los pesos convertibles en moneda extranjera, que son los que manejan los turistas y que dan acceso a unas posibilidades de consumo inalcanzables para quienes no los poseen. Un convertible equivale a unos 0,8 euros y a 25 pesos nacionales. El Estado paga a sus funcionarios en esta última moneda, y el salario mensual de un médico, un maestro o un ingeniero, entre 400 y 800 pesos nacionales al mes, puede representar casi la mitad de lo que Jenny gana en una sola noche.

Convivencia

La convivencia de las dos monedas, forzada por el bloqueo estadounidense, ha convertido en privilegiados a quienes, como Jenny, trabajan cerca de los extranjeros: taxistas, camareros, recepcionistas de hotel, vendedores de regla, prostitutas y gigolós... «Mi padre es director de una fábrica y cobra 500 nacionales al mes, es decir unos 20 convertibles (apenas 18 euros). Con eso no se come», cuenta Lina. También tiene 19 años, pero, al contrario que Jenny, ni se plantea ganarse la vida con el dinero fácil de los turistas: «Jamás me iría con alguien que no me gustara», sostiene decidida.

Lina cursa quinto año de la licenciatura de Turismo en la universidad, va a clase de lunes a viernes en La Habana y los fines de semana regresa a casa de sus padres, en Matanzas, a medio camino entre la capital y Varadero. Habría querido ser periodista, pero sabe que la industria con más futuro es la relacionada con las remesas que dejan los extranjeros. Pero reniega de la imagen de atractivo destino para el turismo sexual que le han dado las jineteras.

Entre todas las generaciones de cubanos hay gente como Lina, orgullosa de su país y deseosa de que el mundo lo conozca más allá de su situación política. Pero es entre la gente joven donde más críticas se oyen. La media de edad de los miembros del Consejo de Estado supera los 70 años, y es difícil que los jóvenes conecten con su discurso. Lo resume Alberto Prego, informático de 32 años: «Se han anclado en el pasado y han olvidado que la Revolución se hizo para evitar cosas como que las chicas se metan a jinetear. Si lo hacen es porque el país no les ofrece oportunidades mejores».