La suerte de Durão Barroso

Juan Oliver

INTERNACIONAL

La crisis institucional de la UE refuerza las posibilidades del político portugués para repetir al frente de la Comisión Europea

17 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Para ser presidente de la Comisión Europea no hay que cumplir más requisitos que ser nacional de un Estado miembro y contar con el respaldo del Consejo Europeo y de la Eurocámara. Pero convendría que en el currículo del próximo candidato a presidir el Ejecutivo comunitario figurara también la garantía de que no es supersticioso: hará el número trece desde que en 1958 el democristiano alemán Walter Hallstein ocupó el puesto, y ahora, con la Unión Europea sumida en la peor depresión económica de su historia y paralizada por una crisis institucional de la que no acaba de salir, lo que menos falta hace es un mandatario con etiqueta de gafe.

La elección de presidente de la Comisión acostumbra a ser un proceso largo, enrevesado y polémico, y no solo porque el procedimiento legal para designarlo lo complica todo (el Consejo debe proponer al candidato por mayoría cualificada, para que la Eurocámara lo ratifique y el Consejo lo valide de nuevo con otra mayoría ponderada de al menos el 74% de los votos que se reparten los países, siempre que representen al menos al 62% de la población europea). También porque el acuerdo político para elevar a votación el nombre de una personalidad suele llevar meses.

Apoyos

Si los Veintisiete se decidieran por el actual presidente, el portugués José Manuel Durão Barroso, seguirían manteniendo en doce el número de cabezas que el Ejecutivo comunitario ha tenido hasta la fecha. Y todo parece indicar que él será el elegido. Entre otras cosas, porque cuenta con el apoyo tácito o expreso de la mayoría de países, entre ellos España; porque apenas se vislumbran alternativas; porque su partido (el PP europeo) ganará las elecciones salvo sorpresa, y porque, además, el tiempo y la suerte corren de su parte.

A Barroso se le acaba el mandato el 23 de noviembre de este año, justo cinco años después de su nombramiento. Y las normas comunitarias obligan a los estados a hacer coincidir el proceso de elección de presidente con la renovación del Parlamento tras los comicios de junio. Lo único que podría poner en peligro el cargo del portugués es el reparto de poder que se establecerá con el Tratado de Lisboa, y que reduce el número de miembros de la Comisión, que dejará de tener un comisario por país. Pero como Lisboa no entrará en vigor antes de que Irlanda celebre otro referendo y lo ratifique de una vez, lo que no sucederá hasta después de junio, Barroso tiene todas las opciones para resultar reelegido.

Hasta ahora, el único que había mostrado reticencias hacia su figura era el presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien llegó a promover hace unos meses la candidatura de su primer ministro, François Fillon, sin encontrar apenas apoyos entre sus socios y sí muchas críticas a su oportunismo.

Y eso que Sarko incluso insinuó la posibilidad de retrasar el nombramiento hasta que entrara en vigor el nuevo Tratado. «Seamos serios. Si lo que ahora está en vigor es el Tratado de Niza, debemos guiarnos por él. Y Niza dice que el mandato de la Comisión Europa dura cinco años», le responden fuentes comunitarias.

Es cierto que los cinco años de Barroso han tenido luces y sombras, y que le ha tocado bregar con una Comisión blandita en la que su figura no impone ni de lejos la autoridad de antecesores de la talla de Jacques Delors. Pero también lo es que en su legislatura se diluyeron definitivamente los rescoldos de corrupción de la dimisionaria Comisión Santer, y que ha mejorado la imagen gris y solitaria del Ejecutivo presidido por Romano Prodi. Barroso, además, ha cultivado una excelente relación con la mayoría de jefes de Estado y de Gobierno, que ahora le sirve para que le apoyen a izquierda y derecha. El mes que viene, esos líderes decidirán el nombre del nuevo presidente. La suerte está echada. Barroso repetirá.