Después de los Tigres tamiles

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

La comunidad internacional, preocupada por la posguerra en Sri Lanka y la suerte de 300.000 civiles confinados en campos

24 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La visita del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, a Sri Lanka este fin de semana ha servido al menos para una cosa: por fin alguien ha podido ver la zona en la que el Ejército ha aplastado a la guerrilla de los Tigres de Liberación de Tamil Elam (TLTE). Aunque haya sido desde un helicóptero.

El Gobierno de Colombo, siguiendo una práctica que se está volviendo habitual, impidió a los periodistas acercarse a la región de los combates y, de hecho, no existen imágenes de esta ofensiva que ha matado, al menos, a 10.000 personas, la mayoría civiles (otra práctica que se está volviendo habitual). Como siempre en estos casos, el Ejército asegura que los civiles estaban siendo usados como «escudos humanos» por el TLTE, sin aportar ninguna prueba al respecto.

Pero la terrible, y merecida, reputación de los Tigres, que durante un cuarto de siglo han intentado crear un Estado soberano para la minoría tamil por medios particularmente brutales, ha puesto sordina a las protestas. Solo ahora, una vez desaparecido el TLTE, la comunidad internacional empieza preocuparse por la suerte de los tamiles.

Campos de concentración

No le faltan motivos. De momento, el Ejército ha transformado los campos de acogida de la ONU en campos de concentración donde mantiene prisioneros a 300.000 civiles. Esto es lo que ha provocado la visita de Ban, que ayer intentaba convencer al presidente Mahinda Rayapaksa para que suavice estas medidas y busque la reconciliación con los tamiles. Londres y París también intentan presionar a Sri Lanka amenazando con retrasar un crédito del Fondo Monetario Internacional (FMI) que Colombo necesita con urgencia después de haberse gastado todo su presupuesto en esta guerra.

No es probable que funcionen los ruegos ni las presiones. Rayapaksa, un político extremista que ganó las elecciones del 2005 precisamente gracias al boicot de los tamiles, vive un momento de euforia y tiene otras fuentes de financiación: Libia, Irán, Japón, y sobre todo China, que es la que ha pagado la modernización del Ejército ceilanés que al final se ha traducido en esta victoria. El Gobierno de Sri Lanka, que presenta el conflicto como una guerra contra el terrorismo, confía en que no habrá sanciones ni por parte del FMI ni por parte siquiera de la ONU, cuyo secretario general es considerado cada vez más débil.

En cuanto al TLTE, que llegó a contar con 10.000 combatientes, simplemente ha desaparecido como tal fuerza de combate. La muerte de sus dirigentes, incluido su fundador, Vellupillai Prabhakaran, hacen muy difícil su resurgimiento en mucho tiempo. La comunidad tamil, cuyas quejas por su discriminación histórica en Sri Lanka no son imaginarias, queda así a merced del Gobierno de mayoría cingalesa. El viernes, cuando Ban Ki-moon visitaba a los refugiados, se obligó a los niños a recibirlo agitando la bandera de sus enemigos. Una pequeña señal de que la reconciliación que pide Ban no es ahora mismo la prioridad para el Gobierno de Rayapaksa.