Patente de corso

Leoncio González

INTERNACIONAL

09 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

No hace tanto, cuando el ascenso económico chino empezó a ser ostensible en Occidente, fueron legión los que se felicitaron porque, decían, al existir una relación estrecha entre desarrollo y democracia, era cuestión de tiempo que las reformas siguiesen al crecimiento. Pekín, explicaban, no tendría más remedio que acabar haciendo sitio a las libertades públicas.

Pero si no la invalida totalmente, la evolución de los acontecimientos arroja serias dudas sobre esta teoría. En vez de animarla a desmontar los aspectos más brutales y anacrónicos de su dictadura, el mayor peso de China en los mercados globales ha reforzado la confianza de su élite dirigente en la política de palo y tente tieso. Por una vez, parece, el éxito económico refuerza el inmovilismo.

La forma intempestiva de reaccionar a la concesión del Nobel a Liu Xiaobo revela, además, que Pekín soporta cada vez peor que se aireen sus agresiones a los derechos humanos. Es como si pretendiese que su mayor integración en el comercio mundial sirviera de patente de corso para sus excesos totalitarios. A veces, incluso da la impresión de querer emplear esa mayor potencia económica como arma de represalia solo porque se le recuerda que encarcela a la gente por querer ser libre.