Preveía la contestación, pero creyó que la dureza de la crisis haría más dóciles a los trabajadores
17 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.La historia confirma que en Francia las revoluciones empiezan poco a poco. Nicolas Sarkozy ha cometido el error de subestimar la voz de la experiencia al hacer coincidir una reforma tan sensible como la de las pensiones con el otoño, tradicionalmente caliente. Tenía prevista la contestación y las huelgas, pero contaba con la dureza de la crisis y la necesidad de los trabajadores de cobrar sus mensualidades íntegras para que la movilización fuera limitada, unos días tensos con problemas en el transporte. Nunca se le ocurrió, en cambio, que los adolescentes fueran a tomar la calle para defenderse a sí mismos y a sus mayores, ni que las refinerías dieran el relevo a los ferroviarios para poner en jaque a la República.
La huelga empieza a ser peligrosamente contagiosa y la realidad se impone incluso entre los consejeros del Elíseo. Esperan que las vacaciones de Todos los Santos (diez días con los institutos cerrados) calmen los ardores reivindicativos de los más jóvenes. Pero la policía ya ha metido la pata al herir gravemente a un adolescente con una pelota de goma, una forma de encender la mecha. Y los sociólogos se empeñan en llevar la contraria a quienes denuncian que son víctimas de la manipulación de los mayores: se están sumando al conflicto para demostrar que existen y que tienen algo que decir sobre su futuro, argumentan.
En el fondo, todos sueñan con su propio Mayo del 68, curiosamente el último año de referencia de huelga salvaje en el sector petrolero.
Zona de riesgo
Ya le avisó su gran rival, Dominique de Villepin, que pisaba zona de «alto riesgo». Cuando era primer ministro aguantó seis semanas de movilización estudiantil contra su contrato precario para los jóvenes. Al final Jacques Chirac le obligó a ceder, igual que hizo antes con Alain Juppé, que en 1995 intentó aumentar a 40 los años de cotización necesarios y tuvo que tirar la toalla después de tres semanas con el país paralizado.
Pero Nicolas Sarkozy no es Chirac. Los sindicatos le creen cuando dice que no cederá y buscan una salida honrosa, conscientes de que la presión que ahora realizan desde la calle no puede mantenerse de forma indefinida. Los socialistas han encontrado en el apoyo político a las centrales un argumento para cerrar filas. Nadie hubiera imaginado hace unos meses ver de acuerdo a Laurent Fabius con Ségoléne Royal y a esta con Martine Aubry, la secretaria general.
Mentalmente, Sarkozy ya ha pasado página. Lo que le preocupa ahora es diseñar la nueva arquitectura que dará a su próximo Gobierno para que quepan todas las reformas que bullen en su cabeza para el año y medio que queda hasta las siguientes presidenciales. «Las mayorías que se quedan sin ideas están muertas», ha declarado. Por este motivo ha dejado claro que seguirá poniendo «reformas sobre la mesa hasta el final del quinquenio».
Y la pendiente es la «revolución fiscal». Quiere hacerla con un proyecto de ley en junio que dé paso a una amplia reflexión para aproximar el sistema francés al alemán que tan buenos resultados da a Angela Merkel en Alemania. Quiere hacer pagar impuestos a Google y Microsoft, harto de que constituyan «una riqueza de miles de millones y no paguen un céntimo». Y como guinda del pastel, suprimirá el escudo fiscal que limita los impuestos de los más ricos y que se ha convertido en «símbolo de injusticia», según reconocen ya públicamente algunos ministros. Fue una promesa intocable del 2007 que habrá cumplido casi por completo, porque la eliminará cuando falten solo unos meses para la nueva cita con las urnas.
La remodelación
Sarkozy está impaciente por quitarse las pensiones del medio. El Senado tiene previsto aprobar el miércoles el proyecto de ley y la Asamblea Nacional rematará el procedimiento. Será entonces el momento de la remodelación. Un miembro del gobierno que el diario Le Figaro define como «pérfido» apunta que la nueva concentración de ministerios permitiría al presidente deshacerse de Eric Woerth sin brusquedades. Doblemente quemado por la contestación social y, sobre todo, por sus implicaciones en el escándalo Bettencourt, Sarkozy hace lo posible para no echar a los leones a su ministro de Trabajo, que también fue su tesorero de campaña. Todo lo que implica a Woerth salpica directamente a la financiación electoral de Sarkozy.
Pero hay más cadáveres a la mesa del Consejo de Ministros: Hervé Morin, Dominique Bussereau, Patrick Devedjian, Bernard Kouchner, que ha filtrado una carta en la que dice sentirse humillado por los asesores del presidente. Ni siquiera el fiel François Fillon continuará al frente del Ejecutivo. Sarkozy busca sustituto para el puesto de primer ministro.
En las quinielas los que suenan más fuerte por el momento son Alain Juppé y Jean-Louis Borloo, a quien precede la imagen de que tiene un «método» negociador.