A los franceses les cuesta trabajo creer que su candidato favorito a las presidenciales del año que viene haya puesto fin a su brillante carrera en una habitación de hotel. Entre la clase política se impone la prudencia, aunque la ultraderecha se ha desmarcado de la consigna generalizada: el respeto a la presunción de inocencia.
La noticia cayó como «un mazazo» en el Partido Socialista. La secretaria general, Martine Aubry, «estupefacta», llamaba a la unidad y a la responsabilidad de los dirigentes de su partido e intentaba organizar a marchas forzadas una reunión extraordinaria del consejo político que hoy podría evaluar la nueva situación.
A un mes y medio de la apertura del plazo de presentación de candidaturas para las primarias socialistas, la incredulidad dominaba entre los más próximos a Strauss-Kahn, que hablaban incluso de «un complot internacional» para desacreditarlo. Sus rivales en la carrera hacia el Elíseo se declaraban «en estado de shock». François Hollande, ahora el mejor situado, declaraba que los hechos «no se corresponden con el hombre que conozco». Ségolène Royal espera que «la justicia se pronuncie», pero admite que «todo es posible». Marinne Le Pen lo considera «definitivamente desacreditado como candidato». La presidenta del Frente Nacional se alegra de que la justicia americana haga lo que nunca se atrevió a hacer la francesa ,cuando «todo el mundo conoce el problema patológico de Dominique Strauss-Kahn con las mujeres».
Nicolas Sarkozy ordenó ayer silencio a sus ministros, excepto al portavoz, François Baroin.