Hasta los líderes del republicano Sinn Féin resaltan lo positivo de la visita real
21 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Cuando los alemanes contemplaban la posibilidad de iniciar un conflicto en Europa en 1914 pensaban que el Reino Unido quedaría neutral por su completa atención a la «causa irlandesa». Cien años más tarde, y tras una revolución sangrienta, una represión draconiana y un conflicto civil en el Úlster de más de treinta años finalizado con una deseada pero frágil paz, parecía imposible que Londres y Dublín pudieran olvidar las diferencias y poner fin a las heridas abiertas durante todo un siglo.
Sin embargo, la presencia de la soberana Isabel II en la República de Irlanda durante los pasados cuatro días ha sido tan exitosa que ya se habla en las dos capitales del inicio de una nueva era de entendimiento y colaboración. Si los líderes políticos del republicano Sinn Féin son capaces de resaltar lo positivo de la visita es que, de verdad, su presencia ha sido un bálsamo que ha anestesiado y borrado las cicatrices de cien alborotados años de historia.
El primer ministro británico, David Cameron, resumió el sentir de muchos a ambas orillas del mar Irlandés, cuando aseguró que «lo que ha dicho la soberana sobre lo que se podía haber hecho de una manera distinta o no haberse hecho, ha calado con profundidad en los irlandeses». Y un portavoz de Buckingham Palace indicó que «la visita quedará en la memoria de la reina por mucho tiempo».
Ha sido un viaje con un alto grado de simbolismo, tanto que muchos han querido ver incluso sucesos de calado místico. Durante la visita de Isabel II murió el ex taoiseach Garret Fizt Gerald a los 85 años, como si hubiera pensado, «ahora que he visto la reconciliación de los dos países puedo morirme por fin».
La importancia de la visita tomó forma de manera inmediata al llegar la reina a suelo irlandés y asistir a un acto en honor de todos los caídos en la lucha por la independencia de Londres en 1921, entre ellos miembros de la Fenian Brotherhood y el IRA. Una lucha que fue reprimida a pólvora y fuego por las fuerzas que dirigía su abuelo.