Ha empezado a actuar como una potencia geoeconómica a la que la UE se le hace pequeña
17 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.¿Está surgiendo un nuevo orden alemán para el cual la UE, tal como fue diseñada en Maastricht, ha empezado a ser un obstáculo más que una meta? La pregunta se ha convertido para la opinión pública europea en un trending topic de relevancia similar a la que tuvo para la gallega el robo del Códice Calixtino hace unos días.
Ulrike Guérot y Mark Leonard, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, sostienen por ejemplo que la Unión vive un momento unipolar en el que ya no es posible ninguna decisión sin Alemania o contra ella. A su juicio, da la impresión de que la República Federal está abandonando los dos principios que guiaron su actuación exterior entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la reunificación (la integración europea y el atlantismo forjado en Yalta) en beneficio de lo que algunos llaman un nuevo sonderweg, un camino especial, y otros, el consenso de Berlín.
No están solos en el diagnóstico. El historiador Niall Ferguson publicó hace semanas en Newsweek un artículo titulado Asesinato en el UE Express, en el que aseguraba que Europa se está desintegrando pero que los primeros sospechosos del crimen, los PIGS, no son los verdaderos culpables sino las víctimas de un proceso impulsado por Berlín. El mismo proceso, escribe George Soros, está creando una divergencia de todo punto insostenible entre dos clases de países: los deficitarios, como Grecia, Irlanda, Portugal o España, y los que tienen superávit, como la propia Alemania.
El desequilibrio tiene que ver con la adopción de las exportaciones como principal vía de crecimiento, estrategia que ha llevado a algunos economistas a definir a Alemania como la segunda China. Berlín se ha valido de su mayor peso para imponer a los socios políticas monetarias rígidas hasta la marcialidad con el fin de mantener a salvo su competitividad en el exterior. Esta postura, argumentan Ferguson y Soros, traslada presiones deflacionistas a los países periféricos que estrangulan su recuperación.
Un simple dato permite visualizar el desajuste. Según Hans Kundnani, entre 1997 y el 2007 el superávit alemán con la eurozona se cuadriplicó al pasar de 28.000 a 109.000 millones de euros.
Este autor defiende, por cierto, que Alemania es hoy el caso más avanzado en el mundo de potencia geoeconómica, un concepto que, explica, se distingue por la agresividad de su expansionismo económico y un pacifismo a ultranza para no interferir en los negocios. En su opinión, supone un corte abrupto con el concepto de poder civil acuñado por Hanns W. Maull, que era el primero de los mandamientos de la clase política alemana durante la guerra fría. La idea de poder civil llevó a Bonn a buscar sus objetivos de política exterior a través del multilateralismo y estaba en la raíz de una apuesta europeísta que situó la integración comunitaria por encima de los propios intereses nacionales, pero hoy es una reliquia.
El multilateralismo, afirma Kundnani, dejó de ser un fin en sí mismo. Se recurre a él cuando contribuye a mejorar la posición de Alemania y, cuando no, se desecha en favor de la bilateralidad. En la relación con la UE esto significa que Berlín es cada vez menos proclive a transferir soberanía y que actúa por su cuenta, saboteando políticas comunes, como las de defensa o energía, cuando le beneficia.
Merkelismo
Autores como Paul Hockenos atribuyen el giro a lo que denomina merkelismo, una cualidad de la canciller consistente en surfear para no estrellarse con la opinión pública y que lo mismo la lleva a adelantar el apagón nuclear, cuando toda la vida se había mostrado partidaria de este tipo de energía, que a separarse de Occidente y votar con China y Rusia en la ONU a propósito de la intervención en Libia. Sin embargo, esto sería quedarse en la superficie.
Los analistas se están fijando en un conjunto de cambios estructurales en la sociedad alemana que van desde el relevo generacional (atenúa el concepto de culpa que inspiró a las élites germanas hasta hace nada) a lo que describen como una nueva identidad alemana bajo el signo del comercio exterior.
La apuesta por la exportación representa, en efecto, la adaptación evolutiva desde el modelo social de mercado del capitalismo renano al nuevo entorno competitivo abierto por la crisis. En este escenario, las élites alemanas son más receptivas a la influencia de sus multinacionales y colocan las prioridades del país en donde se sitúan los lugares de expansión de estas: Rusia en el caso de E.ON, China en el de BMW e Irán en el de Siemens, por citar tres de las más conocidas.
Ciertamente, Alemania no puede desentenderse aún de la UE, ya que el 60 % de sus exportaciones siguen teniendo como destino el mercado único. Pero esa situación cambiará pronto. En los últimos 18 meses de los que hay datos, desde el principio del 2009 a mediados del 2010, sus ventas a China crecieron más del 70 %. Goldman Sachs prevé que, si esta tendencia se mantiene el próximo año y medio, las exportaciones germanas al gigante asiático igualarán las que realizará a Francia al terminar este año.
Es un vuelco brutal que condiciona los puntos de vista de los alemanes. Una encuesta del Instituto Allensbach de principios de año revela que más del 50 % de los consultados tienen poca o ninguna fe en la UE, mientras que más del 70 % consideran que el futuro de Alemania no está ya en Europa.
Euroescepticismo
Una dirigente tan sensible a los latidos demoscópicos como Merkel no podía dejar de actuar en consecuencia con este euroescepticismo en el que algunos ven un sentimiento de superioridad nacionalista que hasta ahora había sido reprimido.
Según Guérot y Leonard, en lo que va de siglo, Berlín ha alimentado cuatro pautas que demostrarían que la integración ha dejado de ser una raison d?État para ella: el desdibujamiento de la relación franco-germana en perjuicio de París; el divorcio con la Comisión Europea, puenteada por el mayor peso que han adquirido las reuniones intergubernamentales en la toma de decisiones; el desinterés por los países pequeños; y la menor inclinación a pagar más que los demás socios.
Todos estos síntomas de que Alemania se encuentra incómoda dentro de la arquitectura de la UE pueden estar indicando que le interesa seguir en ella a condición de que no socave sus intereses nacionales, deje de ser una carga financiera y no interfiera en su proyección global. Todo lo contrario que el liderazgo que se le estaba pidiendo para que este siglo fuese el de los Estados Unidos de Europa.
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