el fin de la era gadafi
Su famosa frase de «esto no es el fin, ni siquiera el principio del fin, pero quizá sea el final del principio», Winston Churchill la dijo refiriéndose a Libia. Era otra guerra. En esta sí estamos en el principio del fin, si es que no en el fin mismo. Los combates en el barrio de Abu Salim, en Trípoli, no son contraataques, son estertores. Y la motivación de los que resisten no es ya seguramente política sino sociológica.
Abu Salim está poblado abrumadoramente por gentes venidas de la región de Sirte, el lugar natal de Gadafi. Pertenecen a su tribu. Los trajo para asegurarse la lealtad de este barrio porque era donde el régimen tenía sus tripas: la infame, la temible prisión de Abu Salim. Es ahí donde se encarceló y torturó durante años a los opositores y a los que tenían la mala suerte de parecerlo.
Un embajador británico recordaba que, en los ochenta, los vecinos se quejaban de que los gritos de los prisioneros no les dejaban dormir. Gadafi terminó por hacerlos callar: en 1996 hizo ejecutar a más de un millar de presos, en su mayoría islamistas de la Cirenaica. Fue un manifestación en recuerdo de aquella matanza lo que desencadenó esta revolución.
El barrio de Abu Salim
En los últimos meses, el Gobierno ha estado repartiendo armas. Esto, y el miedo a lo desconocido, es lo que hace que todavía resista. Pero una vez que caiga, Trípoli habrá sido conquistada. Todo empieza y acaba en Abu Salim.
Otra cosa es que Gadafi esté ahí o no, como se rumoreaba ayer. No es imposible, y en cierto modo tendría más sentido que las otras dos opciones que se barajan: su «patria chica» de Sirte o la base militar en Sebha (un lugar que conocen bien los técnicos de Repsol). En teoría serían buenos puntos para reagruparse y lanzar una contraofensiva, aprovechando que los rebeldes han alargado sus líneas en exceso. Pero la superioridad aérea que proporciona la OTAN hace vana cualquier esperanza que pueda albergar el dictador. Los aviones «clavarán» a sus fuerzas sobre el terreno y los rebeldes no tendrán más que asediarlos hasta rendirlos por hambre.
Quizá ni siquiera: se dice que un miembro de la tribu del propio Gadafi, el general Mohamed Hemali Gadafi, está ya negociando con los rebeldes a espaldas del líder. «El futuro de la tribu no puede depender de un solo hombre», ha dicho. La derrota no tiene amigos, ni siquiera parientes.
Mientras, en Trípoli, los carpinteros apenas habían acabado de terminar de instalar en la plaza Verde el gran escenario para lo que se preveía iba a ser la celebración del enésimo aniversario de la toma del poder por Gadafi, el uno de septiembre. Ahora servirá para celebrar el final de su régimen de pesadilla en un lugar que ya ha cambiado su nombre por el de plaza de los Mártires.