Hace justo un año Arabia Saudí retiró a su embajador de Siria. El rey saudí Abdalá se expresó entonces con una inusual dureza: «Siria sabe que la monarquía [saudí] le apoyó en el pasado. Hoy la monarquía pide el cese de la maquinaria asesina y el fin del derramamiento de sangre». Damasco desoyó sus palabras y el conflicto se recrudeció. En agosto del 2011 perdían la vida unas 50 personas cada día, hoy el número de víctimas llega a 100 o 200 en cada nueva jornada.
Un año después, el rey Abdalá es ahora anfitrión de la cumbre de la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), compuesta por 57 países con mayor o menor tradición islámica, como los países árabes, la secular Turquía, el chií Irán o Indonesia y Malasia. Y el principal punto de su agenda era la suspensión de la Siria de Bachar al Asad como miembro de la OCI. En la resolución que iba a adoptar anoche podría incluir además el reconocimiento fáctico de la oposición civil y armada como voz legítima del pueblo sirio.
La Liga Árabe y la mayor parte de sus países miembros, así como Turquía, ya rompieron hace un año con el régimen de Al Asad. Arabia Saudí, Catar, Jordania y Turquía apoyan además a los rebeldes con armas y la concesión de zonas de retirada. Pero una sanción al final del mes del Ramadán, precisamente en La Meca, la cuna del islam, tendría un especial simbolismo.
Al Asad ni siquiera fue invitado a la cumbre, pero quien sí asiste es el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, su principal aliado en la región. Ya antes del inicio del encuentro, los diplomáticos iraníes intentaron avivar los sentimientos antiisraelíes de los asistentes a La Meca. Según Teherán, Siria es uno de los ejes del frente antiisraelí, junto con Irán y la milicia libanesa Hezbolá. Pero para los países islámicos suníes Israel es ahora un asunto secundario: su principal frente de combate es el régimen de Al Asad.