Para Angela Merkel es prácticamente una apoteosis. Su victoria de ayer en las urnas, la tercera, es más amplia que las anteriores. Es, de hecho, uno de los mejores resultados en la historia de su partido. Y esto lo ha logrado en mitad de una crisis económica que ha descabalgado del poder a tantos líderes de otros países. Ayer las proyecciones incluso insinuaban que podría obtener una mayoría absoluta, algo casi insólito en la historia de la política alemana. De ser así, se habría colocado por encima de su mentor (y luego rival) Helmut Kohl y a la par de Konrad Adenauer, el fundador del moderno Estado alemán. Pero incluso si al final Merkel tuviese que valerse de otro partido para formar una coalición de gobierno, será como una moto con sidecar. Ella estará al mando y tendrá todo el poder.
El debilitado partido socialdemócrata, que apenas ha logrado levantarse un palmo sobre su anterior fracaso de hace cuatro años, no podrá ponerle condiciones, y es muy probable que inicie además la legislatura en medio de un ajuste de cuentas dentro su cúpula dirigente. En definitiva, «un resultado súper» como dijo ayer Merkel, con una expresión que en alemán no suena tan adolescente como en español.
Y no acaba ahí la retahíla de las ganancias de la noche para la líder conservadora. Si se observa el movimiento de voto se verá que Merkel ha absorbido casi en su totalidad a sus antiguos socios liberales y que aunque los euroescépticos de AfD (Alianza por Alemania) todavía soñaban ayer con superar la barrera del 5 por ciento y entrar en el Bundestag tras solo seis meses de existencia como partido, sus dimensiones no pueden inquietar de momento a la canciller. Si mira a su derecha, Merkel verá, pues, una vasta planicie de tierra conquistada. Y si mira a su izquierda, lo que verá es un solar devastado: no solo el SPD se ha quedado clavado muy por debajo del 30 por ciento que ambicionaba, sino que los partidos alternativos de izquierda, que la crisis ha aupado en otros países europeos, no han alcanzado la cifra de dos dígitos. «Por encima de todo, Alemania», dice el famoso primer verso del himno alemán. Y ahora por encima de Alemania, Angela Merkel. Toda una ironía para una mujer que comenzó su andadura política en el partido comunista de un país que era además, entonces, otro país (la RDA).
Inmovilismo
¿Qué cambia ahora? Quizá no mucho. Incluso si al final no entrasen en el Gobierno los socialdemócratas, se puede esperar algo de flexibilidad en las políticas de crecimiento de la propia Alemania, y es ahí donde van a cifrar sus esperanzas los vecinos europeos. Ya hace tiempo que se acepta que las estrategias de austeridad no funcionan o han dado de sí todo lo que pueden dar, según el punto de vista. Alemania tiene problemas con sus números, aunque no lo parezca cuando se la compara con los países de su entorno. Si finalmente Merkel decide poner en marcha la locomotora del consumo en su país, eso podría empujar al resto del continente por fin.
En cuanto a las reformas europeas, en cambio, no cabe hacerse demasiadas ilusiones. A Angela Merkel la han votado así por su extrema prudencia y lo que, en cierto modo, es su inmovilismo. Quienes, en muchas capitales europeas, estaban esperando a que pasase este trámite de las elecciones para que la canciller relajase su oposición a la unión bancaria o los eurobonos, van a sentirse, seguramente, defraudados. Contrariamente a lo que tanto se ha dicho, no se trataba de posiciones tácticas o electoralistas. Merkel cree realmente que esas reformas son un peligro para Alemania, y sus conciudadanos la han elegido justamente para que siga defendiendo el euro y fustigando a Europa al mismo tiempo. Todavía hay esperanzas para esas reformas, pero van a requerir un impulso mucho más firme por parte de los países interesados (España, Francia, Italia), y no va a ser fácil.
De momento, François Hollande ha sido el primero en delatar su nerviosismo al enviar su felicitación casi antes de que cerrasen las urnas. Era el reconocimiento de que en Europa, ahora mismo, nadie es capaz de sostenerle la mirada a Angela Merkel.