Su muerte desplaza a segundo plano los escándalos que salpican al Gobierno
10 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Los homenajes a Nelson Mandela que copan los informativos y los periódicos han supuesto un bálsamo para la clase política local, ya que permiten camuflar el rosario de escándalos en que se encuentra envuelta.
Los más graves afectan al presidente, Jacob Zuma. Vilipendió 17 millones de dólares en reformar su casa y fletó un avión privado con 220 invitados a la boda de Vega Gupta, perteneciente a una de las familias más poderosas del país y poseedora de múltiples empresas de relevancia, como el periódico New Age, que está considerado la voz del partido que ostenta el poder, el Congreso Nacional Africano (ANC). Dos hijos de Zuma (tiene veinte y su mantenimiento, junto con el de sus cuatro esposas, cuesta a Sudáfrica dos millones de dólares al año) fueron directores en empresas de este conglomerado.
El Gobierno convocó una multitudinaria rueda de prensa con seis ministros y despidió a varios cabezas de turco cuando se conocieron los hechos, pero no logró enterrar el escándalo. La convulsión fue tal que el arzobispo y premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu, un hombre muy cercano a Mandela, anunció que jamás volvería a votar al partido que derribó el apartheid.
Es posible que en su decisión pesase otra corruptela exacerbada. Julius Malema, presidente de las nuevas generaciones del ANC, posee empresas que facturan 20 millones de dólares anuales al abrigo de diversos contratos gubernamentales. Malema es un exhibicionista que, para celebrar su cumpleaños, roció a los periodistas con Moet Chandon.
Hartazgo
La opinión pública es consciente de que la corrupción está en todos los lados. Sudáfrica ocupa el puesto 69 del mundo en el índice de percepción de corrupción y la población acumula grandes dosis de hartazgo por la ostentación de que hacen gala sus parlamentarios. Escandalizada, la conferencia episcopal sudafricana afirmó que «la corrupción afecta a toda la comunidad. Los sobornos son habituales en empresarios, empleados públicos e incluso personal de la Iglesia».
La corrupción resulta más insoportable si se piensa en la abrumadora desigualdad que carcome el país. Tras la caída del régimen del apartheid, el PIB per cápita aumentó un 40 % pero la pobreza se redujo solo un 10. La media anual de crecimiento es del 3 % pero la tasa de paro es del 25 y maltrata principalmente a los jóvenes de raza negra. El dato más exasperante es que la mitad de la población posee únicamente el 8 % de la riqueza. La esperanza media de vida es de 55 años, 71 años para los habitantes de raza blanca y 48 para los de color.
En este escenario, la atención a la muerte de Mandela ha venido a conceder una tregua al Gobierno, por la vía de desplazar los escándalos a un segundo plano. Puede incluso estar ocurriendo que algunos sudafricanos se muestren temporalmente más comprensivos con los herederos de Madiva. Según Itmelung Phuti, una profesora de 35 años, el Gobierno está intentando erradicar los casos de corrupción. Marius Swanepoel, de 27 años y entrenador de equipos en un «call centre», destaca que hay varios miembros del Parlamento que ya han estado en prisión. Admite que no sabe por donde empezar a la hora de hablar de la corrupción en Sudáfrica, aunque la disculpa ya que, a su juicio, se trata de un problema que es endémico y mundial.