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Una enfermera gallega y una cooperante catalana de Médicos Sin Fronteras cuentan cómo sufren los civiles en el conflicto de la República Centroafricana
16 feb 2014 . Actualizado a las 11:45 h.Los acontecimientos no dejan de precipitarse en la República Centroafricana. El conflicto armado entre las guerrillas antibalaka y los seleka ha derivado en un ataque directo contra los civiles. Lo ha hecho a un ritmo tan rápido que solo desde diciembre se contabilizan ya un millón de desplazados. Además de los machetes, la malaria, la malnutrición, la diarrea o las enfermedades respiratorias comienzan a hacer mella en los campos de refugiados. Hay quien habla incluso de una nueva Ruanda. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, planteará el martes posibles medidas ante el Consejo de Seguridad. Parece que ni los 1.600 soldados franceses desplegados en su excolonia (a los que sumará 400 más) ni los 4.000 cascos azules de la Unión Africana son capaces de resolver el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. De hecho, también la UE prevé enviar 1.000 soldados (de ellos unos 50 serán españoles) a un Estado que ya vivió en los años setenta bajo la dictadura de Bokassa, que se convirtió al islam para obtener el favor de Gadafi.
Sobre el terreno han estado Mónica Álvarez, enfermera lucense que coopera con Médicos sin Fronteras, que tenía previsto volar ayer desde ese país del corazón africano, y Lali Cambra, cooperante catalana de la misma oenegé y que regresó hace ya unos días. Ellas relatan lo que han visto. «Desde diciembre el conflicto ha degenerado al implicar a la población civil», explica Lali Cambra. Lo que ocurre ahora, añade, «es que los antibalaka equiparan a todos los musulmanes con los grupos seleka, compuestos por mercenarios procedentes de Chad y Sudán que ayudaron al golpe de Estado que elevó al poder al anterior presidente y que han sembrado el terror por todo el país después de que este no fuera capaz de controlar a sus hombres».
El afán de venganza por parte de los antibalaka ha sembrado el terror entre los musulmanes, obligada a huir a Chad o Camerún o a refugiarse en los campamentos. Ni la huida a Chad del ahora ya extitular del Ejecutivo ha logrado detener el terror entre la población. Fue sustituido por Catherine Samba-Panza, una mujer que busca el consenso, pero que no descarta declarar la guerra a los antibalaka. De esa oleada de violencia no se libran ni los heridos. A veces ni en los hospitales se está a salvo. «Realmente no se respeta la ley internacional y hemos visto que hay personas que entran en los hospitales buscando heridos para matarlos. A veces los cooperantes tenemos que interponernos para evitar eso, ser escudos humanos para evitar que se lleven a esa gente», explica Cambra, que recuerda cómo el hospital Amitie tuvo que dejar de trabajar porque hombres armados entraron para buscar pacientes con la idea de rematarlos. Los enfermos fueron reubicados por Médicos sin Fronteras en otros hospitales.
Todo eso no le es ajeno a Mónica Álvarez. «Afortunadamente no lo he vivido, pero sé que algunas estructuras médicas han recibido ataques que no tienen justificación y en varias ocasiones hombres armados han entrado para llevarse heridos», dice.
Pero lo que más preocupa a esta enfermera que ha estado trabajando en el campo de desplazados del colegio de los salesianos Don Bosco, al norte de Bangui, donde hay unas 25.000 personas, es la población civil. «No podemos olvidar que quienes más están sufriendo todo este sinsentido son los civiles centroafricanos, que están soportando niveles de violencia sin precedentes». Además, añade que «más allá de la sensación de inseguridad y desprotección, lo que más preocupa son las condiciones de abrigo, el acceso al agua y a los alimentos». Y resume en una frase que es lo que quiere la población: «Paz y protección para poder volver a sus hogares». Pero en los campos, dice, también hay que prestar atención a las enfermedades de la mente: «Porque muchos desplazados han sido testigos de actos de una violencia extrema, han perdido a familiares, amigos...».