En un artículo en «Le Figaro», hace un alegato en defensa propia ante el acoso de los jueces
21 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Nicolas Sarkozy contraataca. Es la primera vez que rompe el silencio que se había autoimpuesto desde su salida del Elíseo hace dos años. Interrumpe su retiro voluntario con un artículo que publica hoy Le Figaro bajo el título «Lo que tengo que decir a los franceses». El texto, de 1.800 palabras, es un alegato en defensa propia del ciudadano Sarkozy, abogado profesional, ante el acoso de los jueces.
Dice que habla porque la calumnia se ha erigido en método de Gobierno, la justicia es instrumentalizada con filtraciones oportunamente manipuladas y se pisotean principios como la presunción de inocencia o el secreto de las conversaciones entre abogado y cliente.
«En 20 meses he sufrido cuatro registros, que movilizaron a tres jueces y catorce policías, y he sido interrogado durante 23 horas», enumera antes de observar que «todavía hoy toda persona que me telefonee debe saber que será escuchada».
«No es un extracto de la maravillosa película La vida de los otros sobre la Alemania del Este y las actividades de la Stasi. No se trata de las actuaciones de tal dictador en el mundo contra sus oponentes. Se trata de Francia», escribe.
Sarkozy se queja de que le acusan de haber recibido 50 millones de Gadafi para financiar su campaña electoral del 2007 «sin la sombra de una prueba y contra toda evidencia». «Si Gadafi hubiera tenido el menor documento contra mí, ¿por qué no lo utilizó, cuando yo era el jefe de la coalición [militar que atacó Libia]?», argumenta. Subraya que le pincharon el teléfono en septiembre del 2013. «Los policías no ignoran nada de mis conversaciones íntimas con mi mujer, mis hijos y mis allegados. Los jueces oyen las discusiones que tengo con los responsables políticos franceses y extranjeros», expone. A guisa de despedida, explica a sus adversarios que la mejor manera de evitar su temido regreso es que «pueda vivir sencilla y tranquilamente». «En el fondo, como un ciudadano normal», concluye con un guiño a François Hollande, el que lo desalojó del poder con la pretensión de ser su antítesis, un presidente normal.