La noticia corre el riesgo de pasar desapercibida en medio del ruido y la furia: el portavoz de la policía israelí, Micky Rosenfeld, reconoció el viernes a un periodista de la BBC que los tres jóvenes colonos israelíes asesinados hace unas semanas en Cisjordania fueron víctimas de una «célula solitaria» que actuó «sin la complicidad de la dirección de Hamas». Sin embargo, aquel fue el pretexto para el ataque contra Gaza que ya ha causado más de un millar de muertos. «Hamas es responsable», había dicho entonces el primer ministro Netanyahu, a pesar de que disponía de la información correcta, «y Hamas lo pagará». Al final, ninguna de las dos cosas ha resultado ser cierta: ni Hamas era responsable ni ha pagado solo Hamas sino fundamentalmente la población civil de Gaza.
La cuestión ahora ya no es cómo empezó esta tragedia sino cómo acabará. De momento sigue una pauta conocida: sólo cuando el número de civiles muertos alcanza niveles insoportables para la opinión pública internacional se empieza a hablar de alto el fuego, lo que permite dar un giro positivo a la cobertura informativa y concede algo más de tiempo a los israelíes, a quienes Washington, que monopoliza las negociaciones, otorga derecho de veto. El problema es que, como viene sucediendo desde hace años, el ejército israelí ya no es capaz de alcanzar sus objetivos con la facilidad de otros tiempos.
Las cerca de cuarenta bajas mortales que ha sufrido en pocos días son casi la mitad de las que le hizo en un mes Hezbolá cuando lo derrotó en 2006. Washington, preocupado por la imagen de su aliado en el mundo, quiere ofrecerle una salida, pero en Israel esa imagen internacional importa poco y en lo que se piensa es en que parar ahora dañaría su poder disuasorio. Sobre todo, les inquieta constatar que Hamas ha completado su transformación en un ejército guerrillero bastante eficaz.
Si Israel accedió ayer finalmente a un brevísimo alto el fuego fue para que Kerry pudiese salvar la cara, y aún así los israelíes comenzaron matando a 18 miembros de una misma familia en el sur de Gaza y siguieron luego destruyendo túneles. Estos son importantes porque van a ser lo que el gobierno presente como medida de la victoria, aunque no le será fácil venderlo a su opinión pública. Los túneles pueden reconstruirse y el precio político y militar de esta operación ha sino considerable. Poco se imaginaba el primer ministro Netanyahu, cuando puso en marcha la campaña de incitación que ha conducido a esta catástrofe, que las cosas le iban a salir tan mal.