Manuel Valls: «Yo aprendí a ser francés»

La Voz

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JANEK SKARZYNSKI | AFP

El primer ministro, nacionalizado a los 20 años, hace mención a sus orígenes en España y a la cuestión de la identidad en el país

12 mar 2015 . Actualizado a las 19:37 h.

Manuel Valls, el primer ministro galo nacido en Barcelona en 1962 y nacionalizado francés a los 20 años, asegura que aprendió a ser francés al criarse en París, en un entorno que respetaba los matices culturales de sus orígenes.

«Siempre he vivido en París, pero nací en Barcelona un verano, de padre español y madre de doble nacionalidad española y suiza originaria de Tesino, un cantón de lengua italiana», y «hasta los 16 años vivía plenamente en esa triple cultura española -y catalana-, italiana y francesa», dice Valls en una entrevista al suplemento de fin de semana del diario Le Parisien.

El jefe del Gobierno francés, hijo de Luisangela Galfettidel y el pintor Xavier Valls, explica que en casa de sus padres, por donde pasaban intelectuales exiliados de España o América Latina pero también franceses, generalmente se hablaba catalán«El francés estaba en el colegio, la literatura, el aprendizaje de un conocimiento y unos valores. Me sentía a la vez español y francés», destaca el político socialista, pero no fue hasta que se topó con la administración cuando se dio Manuel Valls cuenta de que, en realidad, no era francés.

«A los 16 años, cuando fui a buscar mi tarjeta de residencia de dos años, comprendí que no era francés. Pasé una entrevista en una comisaría del distrito IV de París y tuve que responder a preguntas sobre mis padres y sobre mi vida personal. Se parecía bastante a un interrogatorio», recuerda el primer ministro, que en ese momento fue cuando se le «hizo evidente la cuestión de la nacionalidad francesa», según agrega el jefe del Gobierno francés y sobrino-nieto de Manuel Valls i Gorina, compositor del himno del FC Barcelona.

Valls, que creció en una Francia que avanzaba «a marchas forzadas» hacia la integración de los hijos de la inmigración española, portuguesa o italiana, considera que «no se es francés por el lugar de nacimiento, el color de la piel o los orígenes, sino por adscripción a un proyecto, a unos valores, a una comunidad nacional».

«Para mí, la comunidad francesa descansa sobre tres pilares: primero la lengua, que debe ser una prioridad en el colegio, una reconquista; después, nuestra historia (...); y finalmente, el laicismo», resume el político socialista, de 52 años, licenciado en Historia y padre de cuatro hijos, en una entrevista en la que  insiste en que la lucha contra la discriminación es una conquista de todos y recuerda con una anécdota personal la importancia de prescindir de los estereotipos.

«Recuerdo que ser hijo de español, portugués o italiano en los años sesenta y setenta no estaba muy de moda. Necesariamente, eras hijo de obreros. En mi cuaderno del colegio, cuando escribía "artista pintor" como profesión de mi padre, el profesor me decía: "Manuel, no hay que sentir vergüenza por tener un padre pintor de brocha gorda"», dice.

Por ello, sostiene que eliminar las discriminaciones raciales o culturales le corresponde a toda una generación y representa «un trabajo de reconstrucción de nuestra identidad» y recuerda que es esa «la elección entre un país cerrado sobre sí mismo, timorato, nostálgico de un pasado fantasma, y una República firme y fuerte pero también generosa y bondadosa», dice.

Valls, un hijo de inmigrantes que lidera el Ejecutivo de la quinta economía del mundo, contrapone esas dos ideas en un momento en que Francia duda sobre su propia identidad, con el ultraderechista Frente Nacional en auge en un contexto de «avance del islamismo yihadista».

«Los futbolistas y raperos no pueden ser el único espejo del éxito, las elites también deben aunar a la sociedad. Es el gran desafío del colegio y aún estamos lejos de haberlos superado», concluye el primer ministro francés.

El magazine de Le Parisien dedica esta semana un amplio reportaje a todos los políticos franceses que son hijos de extranjeros, en un momento en el que la cuestión de la integración está en entredicho en un país cuya cúpula gobernante puede presumir de tener políticos de origen tan diverso como Marruecos, Corea del Sur o Guayana Francesa.