El pasado sábado tuve el honor y el placer de participar como ponente en el seminario sobre los retos de la política en el siglo XXI celebrado en Santa Cristina de Aro, en la provincia de Gerona. Como en otras muchas de ocasiones, me desplacé a España en un vuelo que, por lo general, suele costar menos que el taxi al aeropuerto. Al regresar desde Barcelona el domingo por la mañana me di cuenta de que algunos de los pasajeros se santiguaban al despegar y a otros se los veía incómodos, mientras la mayoría estábamos tan relajados como si viajáramos en tranvía.
Un breve instante reflexioné sobre el hecho de que, hoy en día, volar miles de kilómetros para impartir una conferencia o asistir a una reunión ya no es una aventura como lo era para nuestros padres. Cruzar Europa en pocas horas se ha convertido en el pan nuestro de cada día de muchos ejecutivos, y el turismo ya no es un lujo inaccesible.
Cuarenta y ocho horas después de salir mi avión del aeropuerto de Barcelona, despegaba otro vuelo, desde el mismo aeropuerto, con destino a Düsseldorf. El vuelo 4U9525 llevaba a 150 hijos de alguien, padres de familia, ejecutivos, turistas o emigrantes que habían pasado unos días en Barcelona u otro lugar de la península. Nunca sabremos si alguno de ellos había venido a un entierro, a finalizar una relación sentimental, o a vender un piso cuya hipoteca no podía seguir pagando. Muchos habrán venido a visitar a su gente querida, a celebrar una boda, o a disfrutar de unos días libres. Todos ellos despegaron igual que yo, pero ninguno de ellos llegó a aterrizar en Düsseldorf ni volverá a abrazar a sus seres queridos.
Mientras usted lee, en alguna oficina, fábrica o taller en Düsseldorf se habrán enterado de que un compañero de trabajo, un vecino o un amigo no volverá. Hay docenas de accidentes aéreos al año, y todos ellos son tragedias que dejan muertos en tierra y mar, y familias destrozadas. Por la proximidad temporal de mi último viaje y la casualidad de que haya sido el mismo aeropuerto de salida pero tan distinto el destino, este accidente del vuelo 4U9525 de Germanwings lo he sentido más cercano y me ha hecho pensar una vez más sobre lo que realmente importa y los problemas que en el fondo pierden su relevancia cuando un avión pierde el control.
Es demasiado pronto para especular sobre las causas del siniestro accidente, pero nunca es demasiado pronto para dar mi más sentido pésame a todas esas familias y para concienciarme de que nada es normal y poco es previsible.
Cuando me enfade la próxima vez, espero recordar a aquellos pasajeros que ni conocía ni conoceré, y espero que eso me ayude a ver las cosas un poco más relajado.
Quiero enviar desde Suiza, a través de este periódico español, un fuerte abrazo a aquellos que, en Alemania, esperaban a alguien que se quedó en Francia.
Daniel Ordás es abogado y escritor